11 de mayo de 2023

Todos somos caníbales








CLAUDE LEVI-STRAUSS




Para los amerindios y para la mayoría de los pueblos que durante mucho tiempo no conocieron la escritura el tiempo de los mitos se identificó con la época en que hombres y animales no eran  totalmente distintos y podían comunicarse entre si.

Hacer coincidir el inicio de los tiempos históricos con la torre de Babel, con el momento en que los hombres perdieron el uso de la lengua común y dejaron de comprenderse, a estos pueblos les habría parecido como aceptar una visión singularmente reductora de las cosas, Para ellos, el fin de la armonía primitiva se produjo sobre el telón de fondo de una situación mucho más vasta y afligió no solo a los seres humanos, sino a todos los seres vivos.

Aún hoy, se diría que se ha mantenido en nosotros la confusa conciencia de la primitiva solidaridad entre todas las formas de vida

Nada nos parece tan importante como el hecho de imprimir el sentimiento de esta continuidad, desde el nacimiento, en la  primeros libros que les ponemos ante los ojos a nuestros niños. Les muestran mucho antes de que los vean, al oso, el elefante, el caballo, el burro, el gato, el perro, el gallo, la gallina, el ratón, el conejo, etc., como si fuera necesario imprimir en nuestros pequeños, desde la más tierna edad, la nostalgia de una unidad que pronto reconocerán perdida.

Por lo tanto, no es sorprendente el hecho de que el asesinato de seres vivos con fines alimentarios plantee a los hombres, sean o no conscientes de ello, un dilema filosófico que todas las sociedades han tratado de resolver. El Antiguo Testamento lo convierte en una consecuencia indirecta de la caída original. En el jardín del Edén, Adán y Eva se alimentaban de frutasy semillas (Génesis, I,29). Recién a partir de Noé, el hombre se volvió carnívoro (IX,3). Es significativo que esta ruptura entre el género humano y los demás animales preceda inımediatamente la historia de Babel y a la separación de los hombres entre sí, como si esta última fuera la consecuencia o un caso particular de aquella.

Este tipo de concesión hace que la alimentación carnívora sea una suerte de enriquecimiento de la dieta vegetariana. Por el contrario, algunos pueblos sin escritura ven en la dieta a base de carne una forma apenas atenuada de canibalismo. Ellos humanizan la relacIón entre el cazador (o el pescador) y su presa, concibiéndola en términos de una relación de parentesco: como una alianza matrimonial o, incluso más directamente, como una relación entre cónyuges (asimilación facilitada por el "parentesco" que todas las lenguas del mundo instituyen entre el acto de comer y el de copular).

La caza y la pesca aparecen así como un típo de endo-canibalismo.

Otros pueblos, a veces los mismos, piensan que la cantidad de vida existente en el universo debe ser siempre equilibrada. El cazador y el pescador que sustraen un fracción  deberán, por así decirlo, rembolsarla a expensas de su propia perspectiva de vida. También esto representa una forma de ver la alimentación carnívora como una forma de canibalismo, de autocanibalismo. Porque según esta concepción, aún creyendo que comen a otro, está autodevorándose.

Hace aproximadamente tres años, a propósito de la epidemia "de las vacas locas", que entonces no era tan de actualidad como ahora, en un artículo del 10/11 de octubre de 1993 "Somos todos caníbales" explicaba a los lectores de La Repubblica que las patologías similares de las que el hombre era cada tanto víctima -"kuru" en Nueva Guinea, nuevos casos de la enfermedad de Crutzfeld-Jacob en Europa (derivadas del suministro de estratos de cerebro humano para curar problemas del crecimiento)- estaban ligadas a prácticas relacionadas, en sentido propio, con el canibalismo, término cuya noción era necesario ampliar para incluirlas a todas. Y resulta que ahora nos enteramos de que la enferrnedad emparentada que hoy afecta a las vacas en la mayoría de los países europeos (enfermedad que presenta, para el consumidor, un elevado riesgo de mortalidad) se transmitió a través de las harinas se origen bovino con las cuales se alimentaba el ganado. Por lo tanto, es consecuencia de la transformación de las vacas mismas en caníbales, transformación operada por el hombre siguiendo un modelo que, en la historia tiene, por su parte, precedente.

Textos de época afirman que durante las guerras de religión que ensangrentaron a Francia en el siglo XVI, los parisinos hambrientos se vieron forzados a alimentarse con un pan a base de harina obtenida de huesos humanos, extraídos de las catacumbas y molidos.

El vínculo entre la alimentación a base de carne y el canibalismo, ampliado hasta conferirle una connotación universal, tiene, por lo tanto, raíces muy profundas en el pensamiento. Retorna a un primer plano con la epidemia de las vacas locas porque, al miedo de contraer una enfermedad mortal, se suma el horror que tradicionalmente nos inspira el canibalismo, extendido ahora a los bovinos. Pese a estar condicionados desde la primera infancia y habituados a recurrir a carnes sucedáneas, sustitutivas, ciertamente seguimos siendo caníbales. No obstante, es un hecho que el consumo de carne ha disminuido de una manera extraordinaria. Pero, ¿cuántos de nosotros, mucho antes de estos  acontecimientos, no podíamos pasar frente al mostrador del carmicero sin sentir náuseas y malestar, mirándolo ya, con anticipación, bajo la óptica de los siglos futuros?

De hecho, llegará el día en que la idea de que los hombres del pasado, para alimentarse, hayan podido criar y masacrar a seres vivos y después exponer con gusto su carne en pedazos en las vidrieras, inspirará sin duda la misma repulsión que las comidas caníbales de los salvajes americanos, australianoso africanos, inspiraban a los viajeros del siglo XVI o del XVII.

La creciente moda de los movimientos en defensa de los animales lo atestigua:

cada vez percibimos con mayor claridad la contradicción a la que nos constriñen nuestros hábitos entre la unidad de la creación tal como todavía se manifestaba en la convivencia del Arca de Noéy su negación, por parte del mismo Creador, a la salida del Arca.

Es indudable que el hombre provoca directa o indirectamente la desaparición de innumerables especies y que otras están gravemente amenazadas por su culpa. Basta pensar en los osos, los

lobos, los tigres, los rinocerontes, los elefantes, las ballenas etc. además de las especies de insectos y otros invertebrados que, debido a la degradación causada por el hombre en el ambiente natural, desaparecen día a día.

Es también profética, y hasta un punto que ni siquiera Comte habría podido suponer, la imagen que ve a los animales de los que el hombre se nutre reducidos despiadadamente a la condición de trabajadores nutritivos. La crianza de regimientos de toros, cerdos, pollos, ofrece el ejemplo más terrible.

En este sentido, el Parlamento europęo ya manifestó su compasión.

Profética, finalmente, es la idea de que los animales de la tercera categoría concebida por Comte pasarán a ser colaboradores activos para los hombres, como lo prueban, hoy, los encargos cada vez más diversos que se confian a los perros de policía, la utilización de monos específicamente adiestrados para asistir a grandes inválidos, las nuevas expectativas a las que nos abren los delfines.

La transformación de herbívoros en carnívoros es también profética, el drama de las vacas locas lo prueba, pese a que, en este caso, las cosas no ocurrieron de la manera prevista por Comte. En primer lugar, la transformación que sufrimos tal vez no sea tan original como creemos. Se ha podido afirmar que los rumiantes no son verdaderos herbívoros porque se nutren sobre todo de microorganismos que, a su vez, se nutren de los vegetales, provocando su fermentación en un estómago particularmente adaptado.

Sobre todo, esta transformación no fue emprendida en beneficio de los animales que Comte llama auxiliares activos del hombre sino a costa de los que Comte definía como "trabajadores nutritivos". error fatal, contra el cual él mismo nos había puesto en guardia, porque -decía- el exceso de animalidad les sería nocivo. Nocivo no solo para ellos sino también para nosotros: confiriendo precisamente a los herbívoros un exceso de animalidad (imputable a su transformación no tanto en carnívoros sino, además, en caníbales) transformamos, sin duda involuntariamente, a nuestros "trabajadores nutritivos" en trabajadores mortíferos.

La enfermedad de la vaca loca todavía no llegó a todos los países. Me parece que Italia se ha mantenido hasta el momnento prácticamente inmune. Tal vez la olviden pronto: ya sea porque la epidemia se extingue sola, como predicen los expertos británicos; o porque se descubrirán nụevas vacunas o curas; o porque una politica de rigurosa prevención sanitaria garantizará el estado de buena salud de los animales destinados a la faena. Pero pueden preverse también otras situaciones.

Existe la sospecha de que, contrariamente a la idea que tenemos, la enfermedad  puede traspasar las fronteras biológicas entre las especies. Al afectar a todos los animales de los cuales nos alimentamos, podría afirmarse de una manera duradera y colocarse entre las enfermedes de la civilización industrial que compometen cada vez más la satisfacción de las necesidades de los seres vivos.

Ya respiramos aire contaminado. Contaminada también, el agua ya no es como creímos en una época, un bien disponible en cantidades iimitadas: sabemos que está racionada, tanto para la agricultura como para los usos domésticos. Desde que hizo su aparición el sida, las relaciones sexuales implican un riesgo fatal. Todos estos fenómenos perturban y perturbarán de manera profunda las condiciones se vida de la humanidad, anunciando una nueva era en la que se podría afirmar, como simple consecuencia, otro riesgo mortal, el de la alimentación carnívora.

Por otra parte, no es este el único factor que podria obligar al hombre a apartarse de ella. En un mundo donde la población global se duplicará probablemente en menos de un siglo, el ganado y los otros animales de crianza pasan a ser terribles competidores para el hombre. Se calcula que, en los Estados Unidos, dos tercios de los cereales producidos sirven para alimentarlos. Y no olvidemos que estos animales nos proporcionan, en forma de carne, muchas menos calorias de las que ellos consumieron a lo largo de su vida (la quinta parte, me dijeron, en el caso del pollo). Una población humana en expansión necesitará pronto para sobrevivir toda la producción cerealera actual: no quedará nada para la alimentación del ganado y las aves de corral, de modo que todos los seres humanos tendrán que copiar su propio régimen alimentario del de los indios y los chinos, donde la carne animal cubre solo una mínima parte de la necesidad de proteinas y calorías. Podría ser indispensable renunciar a ella totalmente porque, mientras la población aumenta, la superficie de las tierras cultivables disminuye por efecto de la erosión y la urbanización, las reservas de hidrocarburos disminuyen y los recursos de agua se reducen.

Al contrario, los expertos estiman que si la humanidad se hiciera integralmente vegetariana, las superficies ya cultivadas actualmente podrían nutrir a una población que fuera el doble de la actual.

Es singular el hecho de que, en las sociedades occidentales, el consumo de carne tienda espontáneamente a disminuir como si estas sociedades empezaran ya a cambiar de dieta alimentaria. En este caso, al disuadir a los consumidores de carne, la epidemia de la "vaca loca" no haría otra cosa que acelerar una evolución en marcha. Agregaría solo un elemento místico, identificable al sentimiento difuso de que nuestra especie está pagando por haber infringido el orden de la naturaleza.

Los agrónomos se encargarán de aumentar el valor proteico de las plantas alimenticias; los químicos, de producir proteínas de síntesis en cantidad industrial. Pero aunque la encefalitis espongiforme (tal el nombre erudito de la enfermedad de la "vaca loca" y de otras emparentadas) se afirmase en forma duradera, es de suponer que el apetito de carne no por eso desaparecerá. Satisfacerlo pasará a ser no obstante una ocasión poco frecuente, costosa y llena de riesgos. Japón conoce algo similar con el "fugu", pez de la especie de los tetrodóntidos, de un sabor exquisito, dicen, pero que, cuando es vaciado imperfectamente, puede constituir un veneno mortal.

La carne figurará en el menú en circunstancias excepcionales. Se la consumirá con la misma mezcla de reverencia piadosa y ansiedad que, según los antiguos viajeros, caracterizaba a los alimentos caníbales de algunos pueblos. En ambos casos se trata al mismo tiempo de ponerse en comunicación con los antepasados, y de incorporar, con el consiguiente riesgo, la peligrosa sustancia de seres vivos que fueron y pasaron a ser enemigos.

Al no ser rentable, la cría desaparecerá totalmente y la carne, adquirida en negocios de gran lujo, provendrá totalmente de la caza. Nuestros antiguos rebaños, librados a sí mismos, constituirán una caza mayor, como tantos otros animales y poblarán un campo restituido al estado bravío.

Por lo tanto, no podemos afirmar que la expansión de una civilización que se dice mundial uniformará el planeta.

Apiñándose, como ya vemos hoy, en megalópolis grandes como provincias, la población humana, difundida en un tiempo más capilarmente, dejará libres otros espacios. Dichos espacios abandonados definitivamente por sus habitantes, retornarán a las condiciones antiguas; en todas partes, los tipos de vida más extraños derivarán en hábitat. En vez de crear monotonía, la evolución de la humanidad acentuará los contrastes, creará nuevos, restableciendo el reino de la diversidad. 

Con la ruptura de hábitos milenarios, esa será la lección de sabiduría que, tal vez algún día, aprenderemos de las vacas locas.