Sin embargo, no estaba
del todo mal tenerlo en cuenta, porque
era gratuito, en un lugar cercano y en un sábado primaveral.
El afán por el arte, al fin y al cabo, suele ser una debilidad
que nos impide reparar en las consecuencias.
A los efectos de conseguir una buena ubicación decidí estar
bastante antes del comienzo. Grave error. Me esperaba una cola de más de
cuarenta minutos, a la intemperie y de dorapa.
Una tortura innecesaria. Porque se podría esperar sentados y
adentro.
De todos modos era demasiado tarde para lágrimas.
Ya instalados en cómodas sillas de plástico, en adelante me
dispongo a disfrutar de la principal
figura del recital.
El espectáculo se dividía en dos partes.
En la primera, Adriana presenta uno de los discos que
contenía temas de su autoría. En la segunda, el otro, dedicado a Astor
Piazzolla.
Lamentablemente, para
la intérprete y el público, el sonido defectuoso no armonizaba con el
propósito emotivo.
Suele ser dificultoso entender, si no las formas, el contenido del poema musicalizado donde el sonido no colabora y la
acústica no es la mejor.
Cuando, posiblemente no muy pronto, se dieron cuenta que el sonido fallaba, ya había
terminado la primera parte.
Con una mejora del sonido comienza la segunda parte donde
aparece Astor Piazzolla para salvar el espectáculo.
Se presenta en escena Walter Rios, histórico bandoneonista
de Piazzolla.
Y luego de varios temas en modo solista, entre otros Adiós
Nonino, comparte con Adriana algunos cantados.
El recorfortante segmento final nos permitió sumergirnos en los refinamientos del espíritu.
Valió la pena.
Valió la pena.