20 de diciembre de 2005

Los expsínicos festejan










¿Me está pidiendo que le pase un informe del festejo del viernes? ¿Y con detalles? De ninguna manera. Me está pidiendo demasiado, yo seré su Álter ego pero eso no le da derecho a convertirme en botón.
¿Que es sólo para contentar a los nostálgicos que estuvieron ausentes?
El argumento es sólido....bueno, si es así, Ud gana, ahí va el relato:
Salvo por un recién llegado que mantuvo la boca cerrada, quizá por temor a exponerse al riesgo de que se le escape una idea disonante, y el otro que se paseaba por los cerros de Ubeda, los demás eran genuinos representantes de los expsínicos, esa tribu surgida en una época en que las antiguas divinidades, carcomidas por las supersticiones y roídas por la crítica de lo real, se desmoronaban.
Hasta había algunos de los primeros iniciados, a los que el hechicero mayor había elegido para fundar la cofradía.
¿Que quién era el hechicero?
Él era un simple mortal que les hizo sentir de repente que les faltaba, literalmente, “estaño”, al descubrirle algo rebelde al pensamiento: la realidad.
La influencia del hechicero fue enorme. No sólo les enriqueció el vocabulario, les dejó además a sus epígonos una forma inusitada de ver el mundo, dándoles, en definitiva, una herramienta para intentar cambiarlo.
¡Ah! ¿Ud. no quiere ver al arquetipo sino a través de las copias?
Espere, debo advertirle que éstos no lo harán reír, ni lo conmoverán como los personajes de la literatura, es que no son ni personajes ni figuras, son personas como Ud.
Si lo que hicieron fue simplemente profesión de fe, entre empanadas de delivery regadas con vinos de oferta de cartelizado supermercado.
¿Aún así insiste en que le cuente?
Está bien, está bien, me dan ganas de contárselo todo, para ver su reacción, pero por discreción, no lo haré.

A la hora señalada
Como viejos militantes que no habían perdido la costumbre, adquirida en tiempos de dictaduras, de cumplir con los horarios de las citas, a la hora señalada estaban todos los que finalmente concurrieron.
Al comienzo, el principal argumento fue el pasado visto con ojos contemporáneos, y aunque los hechos relatados estaban lejos en el tiempo, algunos, sin embargo, no habían perdido el encantamiento.
Como la revolución de los soviet y los personajes que la protagonizaron y la radical mutación experimentada por las ideas, creencias, valores y prácticas que la caracterizaron.
Y la desfachatada entrada en escena del peronismo en la historia que alteró profundamente la política, tanto en los planteos concretos como en sus fundamentos.
Tampoco podía faltar, por supuesto, tratándose de hombres comprometidos, la épica.
Trajeron a la memoria la trágica década de los setenta, la violenta década en la que “todo el mundo era joven” y donde la mayoría de los presentes fueron, a veces sin quererlo, protagonistas destacados.
Uno de los cuadros presentes se preguntaba si realmente esa época había sido violenta, porque de lo contrario, él terminaría resultando un perdedor compulsivo, porque casi sin solución de continuidad fue secuestrado y torturado, literalmente tirado del tren por la policía cuando vendía periódicos y cagado a palos por la patota montonera en una facultad de Buenos Aires, y tuvo suerte que vivió para contarlo.

Dionisos y San La Muerte
A la altura de la medianoche, Dionisos, de la mano del vino devaluado con el 15%, ya había ingresado sigiloso a la reunión, en la cual los interlocutores se cruzaban memorias donde se mezclaban la melancolía y el humor de las pequeñas tragedias particulares.
También se hizo presente San La Muerte, quizás para exorcizar los miedos, en trágicos relatos:
La historia de aquel infeliz que quiso desconectar los parlantes a través de los cuales Perón debía dirigirse a los millones de personas que lo esperaban en Ezeiza cuando volvió para siempre, y fue tomado por los pelos, subido al palco y rematado, a la vista del que lo quisiera ver.
El sacrificio ritual de un pequeño gallo con pretensiones de cumplir con su destino manifiesto y por no darse cuenta el desgraciado que moraba en un departamento en pleno centro, terminó siendo víctima de un aprendiz de verdugo y corriendo sin cabeza, salpicando sangre, se fue para el otro mundo.
La explicación dada por un cabañero de chinchillas sobre la letal manera de fracturarle humanamente la columna a los pequeños animales, a los cuales no se cansaba de aconsejarles, vanamente, que no debían ser desagradecidos, porque si por él no fuera no sólo nunca hubieran gozado de esta vida, sino que, además, no podrían eternizarse en un abrigo de esos que suelen cubrir las heladas conciencias de los privilegiados que pueden pagarlo.

Chismes de aldea
Ya de madrugada continúa el descorche y el humor y los chismes de aldea.
Así los ingenuos nos informamos, por ejemplo, que el máximo responsable de una corporación académica nacional y popular compartiría lecho con un importante y serio periodista de radio y televisión nacional y popular, aunque la pareja no estaría aún madura para asumirse como partícipe en las marchas del orgullo gay.
Y que otro importante formador de opinión dominical desde un medio escrito nacional y no tan popular, era un asiduo concurrente a Espartacus, aquel lugar de esparcimiento que hizo popular un cuestionado juez.
Finalmente merece destacarse la sobresaliente narración de la tragicómica historia de un fellinesco personaje apodado el “boca”, representada por un excelente caricato, que hizo carcajearse a todos.

En resumen
¿Qué quedó después de todo?
Si Ud. es de los que se rigen por la lógica del mercado, por la eficacia, o por el rédito político, posiblemente nada.
En cambio, si es de los que creen, como yo, que el sencillo acto de confraternizar puede explicarse por la necesidad que sentimos los hombres de remediar y poner fin a nuestra desdichada condición, coincidirá conmigo en que los desvelos del viernes no fueron inútiles.