18 de octubre de 2005

Lengua













Marx anunciaba hace 150 años que los filósofos se habían dedicado hasta ese momento a entender y explicar el mundo, pero que había llegado la hora de cambiarlo.
Y Ud. que se pasó la vida luchando para que el mundo cambie, ahora resulta que se le ocurre la “original” idea de entenderlo y explicarlo.
¿Me está jodiendo?. O anda de contramano o le está pasando lo de Mafalda, que como no cambió al mundo, éste terminó cambiándolo a Ud.
Aunque creo que tiene a su favor la edad suficiente para plantearse cuestiones existenciales.
Pero si persiste en el intento, le doy un consejo: largue los “clásicos” de las ciencias sociales, no se convierta en “arqueólogo ideológico”, como Ud. dijo por ahí.
Remítase a la ciencia madre de todas ellas, haga uso de la semántica. Porque los imperios desaparecen, las religiones se disgregan, las ideologías se disipan, pero las palabras permanecen.
¿Que le defina qué es la semántica?
Empezamos mal. Cuando al genial Loius Armstrong le pidieron que defina al jazz, éste le contestó: “si va a preguntar qué es, no llegará nunca a saberlo”.
Por eso no corra a agarrar el diccionario, porque sólo le dirá que “es el estudio de las palabras”, es decir le contestará con más palabras.
Porque el verdadero significado de las palabras lo encontrará en el uso que se hace de ellas y no con lo que se dice de ellas; el diccionario sólo es útil para hacer crucigramas.
Por lo tanto es oportuno prestar atención no a las palabras en sí mismas, sino a las reacciones de los “giles” frente a ellas. Porque lo que para unos es trapo para otros es bandera.
¿Me sigue?.
A continuación le detallo un compendio semántico que le puede resultar de gran utilidad.
Nuestros hábitos cotidianos de lenguaje nos llevan a creer ingenuamente que todos los objetos poseedores del mismo nombre merecen la misma respuesta. Y que todo objeto tiene el nombre correcto y que ese nombre designa su esencia.
Desde ese punto de vista, el más común de los puntos de vista, la democracia es la democracia, el socialismo es el socialismo, la libertad es la libertad, los militares son los militares, el peronismo es el peronismo, y los buenos son los buenos y los malos son los malos.
Grave error si ésta es la suposición que funciona porque estaría expuesto a producir respuestas prematuras y a cometer errores, lo que en política puede llegar a ser un crimen.
También, por lo general, usamos las palabras para engañarnos a nosotros mismos, aunque es un pecado que solemos atribuirles siempre a los demás. Y tendemos a creer que las formas en que nosotros usamos las palabras son las correctas y que los que usan esas mismas palabras pero con otro sentido, son ignorantes, deshonestos o estúpidos.
A diferencia de una persona sana que reacciona ante cada hecho de acuerdo con el lugar, el momento, las circunstancias que lo rodean, experiencias, deseos, esperanzas y temores, hay quienes reaccionan predeciblemente, con preconceptos, conceptos fijos e inalterables, lo que Ud. llamaría prejuicios, y que están inevitablemente organizados alrededor de palabras.
Son los que identifican todo bajo un mismo nombre: los peronistas, los militares, los políticos, las mujeres, los judíos y los negros.
Estas generalizaciones, o simplificaciones, son respuestas primitivas que se producen en el sistema nervioso del hombre, pero son comunes a todas las especies y muy frecuentes en la naturaleza. Aunque siendo útiles en condiciones normales, pueden resultar fatales bajo condiciones más complejas.
Para un peje, por ejemplo, algo que se mueve o brilla es comida y esa “generalización” o “simplificación” le permite sobrevivir, aunque no siempre.
Pero Ud. que es un ciudadano común necesita algo más para sobrevivir. Es más, necesita romper con esos esquemas primitivos de identificación para que algo cambie.
Lengua viva
El lenguaje de la vida cotidiana es un lenguaje heredado y desarrollado a través de las vicisitudes de la vida. Somos lo que somos por los “viejos”, por la escuela, por lo que leímos, por lo que soñamos, por lo que amamos y odiamos, por nuestros amigos y por nuestros enemigos; y sobre todo por la cantidad de tiempo y credulidad invertidos en los medios masivos de comunicación.
Y si ese lenguaje coincide con los códigos semánticos de la mayoría, es decir si Ud. piensa en los mismos términos que un Santo o una Magdalena, quédese tranquilo, Ud. es una persona normal.
Si por el contrario sus códigos difieren con los de esa “mayoría”, Ud. sería “individualista”, “original”, “excéntrico”, “revolucionario” o “loco”, de acuerdo al grado de peligrosidad que le resulte al sistema.
Y siendo un descreído de las ciencias, como lo soy, debo reconocer que esto que le estoy diciendo lo entienden bien los científicos, para los cuales el valor de un término está en las demostraciones y no en las definiciones verbales.
Justamente hace poco se cumplieron cien años de la creación de la famosa fórmula E=mc2 y si no fuera por las demostraciones, le apuesto doble contra sencillo, que hoy Einstein no sería un genio.
Ejercicio de lengua
Y ya que estamos con la ciencia, le paso a continuación un ejercicio que tomé prestado de un estudioso, a su vez tomado de las matemáticas, que puede resultarle beneficioso para mejorar los hábitos semánticos a la hora de interpretar al mundo; se trata de ponerle un número índice a las palabras, por ejemplo A1 no es A2.
El significado de la fórmula consiste en que en vez de pensar en burdas generalizaciones lo hagamos y entendamos por las diferencias. Esto nos obligaría a pensar antes de hablar, pensar en términos de hechos y situaciones concretas y no de asociaciones verbales. En términos prácticos sería por ejemplo: Chica 1 no es lo mismo que Chica 2 y mucho menos que Chica 3.
De esta manera la costumbre de colocar índices en los términos le permitirá reconocer el absurdo de las identificaciones basadas en la identidad del nombre. Y podría salvarlo de vez en cuando de morder el anzuelo; como que para un ratón el queso es el queso, lo cual explica por qué siguen funcionando las tramperas.

Si le parece que me tomé demasiado de su tiempo para explicarle algo de la semántica se debe a que estoy convencido que comprender cabalmente la diferencia entre las palabras y las cosas que ellas representan es estar preparados para percibir mejor las diferencias y las semejanzas en el mundo.
Y porque creo además que le será muy útil, sobre todo en vísperas electorales, para no terminar, como en Fangal, siendo “un gil que alzó un tomate y lo creyó una flor”.