16 de enero de 2011

Carpe Diem

Como si el transcurso de la vida no hubiera discurrido bastante sobre sí, la rama familiar encabezada por la última sobreviviente de su generación se reencuentra para festejar.



La familia prevalece sobre la lógica como manifestación de un sinsentido. Qué duda cabe.
Ella ni nos gusta ni nos disgusta. Simplemente, nos atrapa.
Y exige ser aceptada sin beneficio de inventario.
De lo contrario hará uso del método más común, más cruel y eficaz para suicidarse. El canibalismo, el devorarse a sí misma.


Si no somos iguales, somos primos hermanos.

Por un lado. María Elena, es decir, la abuela Lela, es decir, la madre del que escribe, es decir, la hija de la abuela Manuela y del abuelo Cándido (los que descendieron del barco que partió de España), es decir, la última sobreviviente de su generación, es decir, ella y sus cuatro hermanos, es decir, la tía Porota, el tío Armando, el tío Berto y el tío Tito, que parieron a los primos hermanos en los Santos Lugares de los talleres ferroviarios de Alianza y de la Iglesia de Lourdes, es decir, a los nacidos y criados en el pago de don Ernesto Sábato, convertida en el ariete al servicio de la memoria parental.

Por el otro. Si pequeñas dosis de ausencia son importantes para el amor, luego de una prematura diáspora de los nacidos y criados, los primos hermanos, no hubo un vínculo reiterado, constante y tóxico que terminara por saturar las relaciones afectivas.

Además. Si una familia de viejos es una familia de ausencias. Y si una familia envejecida lamenta el final del pasado y añora lo que no volverá. La nuestra no es ni lo uno ni lo otro.

Resultado. Ocurrió lo que debía pasar.

Tampoco era cuestión de encontrarse únicamente en los velorios.



carpe diem

Muchos tienen familia y pareja. O pareja sin familia o familia sin pareja. De ninguna manera podían faltar rencores secretos entre padres e hijos, ni inocentes separaciones matrimoniales, o turbulentos conflictos de intereses. Y celos y recelos.

Pero como no prevaleció el canibalismo, ni la orfandad, no desperdiciamos la oportunidad para la diversión y la alegría.
Comimos, chupamos, recordamos y jodimos y brindamos. Pero sobre todo, bailamos.
(También el que suscribe, recibido con honores de patadura, vergonzante título en una familia de bailadores casi compulsivos, se le animó a la escoba).

Ya de madrugada, abrazándonos largamente, nos despedimos. Hasta dentro de un mes o dentro de un año o improbablemente nunca.