8 de marzo de 2009

Falta y resto

Mientras unos tienen por hechos ciertos los rumores más precarios, otros convierten los hechos en falsedades. Y unos y otros son exagerados por la posteridad. Tácito

« De estos hombres se ve en seguida que son los triunfadores, los señalados, los acostumbrados a mandar »
La colmena, Camilo José Cela

A diferencia del nudismo, donde las ventajas saltan a la vista, encontrarle virtudes al kirchnerismo puede resultar más complicado.
Por eso no llama la atención el esfuerzo que ponen aquellos con pretensiones de seducción oficialista.
Aunque tanto esfuerzo es estéril cuando la intención es demostrar lo indemostrable.
Por ejemplo: que el kirchnerismo es un gobierno de “frente nacional”, como fue el de Perón, como lo sería el de Chávez, el de Evo, o quizás, el de Lula.
También es un despropósito llamar Unión Democrática al rejunte opositor y una gansada buscar semejanzas con Perón, confundiendo una democracia colonial derivada de la derrota de Malvinas con una revolución nacional.
Tampoco alcanza para justificar el “acompañar a Cristina”, el sostener, parafraseando a Leibniz, que “éste es el mejor de los gobiernos posibles”, referencia que inevitablemente remite al “yo o el caos” de Alfonsín.
En lugar de otorgarle atributos al gobierno "apelando al enemigo al que enfrenta, al programa que despliega y a las clases que se expresan a través de él”, como enseñan los viejos y desusados manuales, nos alertan sobre los peligros de “la derecha al poder”, sobre los riesgos que corremos si no ganan los “menos malos”.
Es evidente que todo esto no puede ser más que producto de un gran malentendido.
En primer lugar, Kirchner, que se hizo millonario durante la dictadura, que apoyó al menemismo (el "mejor gobernador" según Cavallo) y convertido, gracias al desguace de YPF, en uno de sus principales beneficiarios, fue el elegido por el “jefe” indiscutido de la “partidocracia” (el “gran elector” Duhalde) para sofrenar al alzado país del 2001. En definitiva la salida más funcional que encontró el poder real para salir de la crisis generada por el mismo. Por eso su gobierno no puede ser, y no lo es, el resultado de la movilización popular (como la caída de De La Rúa), sino su consecuencia.
Es curioso: la retórica oficialista insiste en que estamos ante un gobierno “nacional y popular”, pero entre los que han sacado mayor provecho de la política oficial encontramos a Grobocopatel, la Barrick Gold, Pan American, el FMI (a quién se le saldó toda la deuda), la banca privada, el capital financiero y timbero (la “patria financiera”) que no paga retenciones (único país en que la renta accionaria no paga impuesto a las ganancias), la “productiva” industria del juego (a una de las cuales el ex presidente le extendió la concesión, unos días antes de retirarse, entre gallos y medianoche, con la condición de aumentar el parque industrial con más máquinas, ¡tragamonedas!), la célebre “patria contratista” (a la que se le incorporaron los nuevos amigos del poder).
También contradice el pensamiento declamado: a pesar de que se pagaron más deudas espurias que en cualquier otro gobierno, la Deuda Externa, incluso después del “exitoso” canje, es más abultada. El índice de corrupción supera el de los corruptos “noventa”. Se “estatizan deudas”, con la excusa de “comprar soberanía”. Los impuestos “retrógrados” no se eliminaron.
Pero más curioso aún: mientras se niega el hambre, el índice de pobreza y la precariedad laboral crecen (y la concentración de la riqueza es más acelerada que en cualquier otro país de América Latina), en un clásico “tarifazo”, liberan, luego de subsidiar a las empresas durante años, las tarifas de servicios públicos.
Mención especial también merecen: la carencia de hipótesis de conflicto, la ausencia de la “cuestión Malvinas” en la agenda oficial, la permeabilidad a la presión del sionismo (caso Irán, genocidio palestino, penalización del “negacionismo”,etc). El veto presidencial a la ley de defensa de los glaciares (reserva de agua pura, elemento codiciado en el mundo en crisis). La promoción del saqueo minero.
¿No parece la continuación del proyecto enajenador iniciado hace 33 años por Martínez de Hoz?
¿O será que "les están quitando argumentos a los liberales", como justificó Moyano el pago al FMI?
¿O mejor: “menemismo con derechos humanos”, como popularmente lo definiera Capusotto?

En resumen, toda la retórica oficialista parece ser una gran simulación para disimular lo verdadero: un sistema burocrático conservador, donde “no hay amistades permanentes sino intereses permanentes”, integrado por "políticos profesionales", administradores del statu quo, y cuya única ideología es la derivada del presupuesto.
Sólo así puede entenderse a menemistas devenidos duhaldistas, devenidos kirchneristas, devenidos macristas. A Borocotó y a las últimas elecciones en Catamarca.