15 de abril de 2011

No me gaste Joaquín




Muy pronto, seguramente antes de las elecciones, San Miguel centro será, con avenidas de mano única, semáforos onda verde y veredas anchas, una postal de una moderna ciudad comercial.
Para que la familia pueda disfrutar un paseo de compras como en los mejores shopping.




Al menos eso es lo que nos venden los asalariados del intendente y los idealistas del sistema.

Pero todo esto da material para la especulación. Porque el futuro no es, precisamente, el presente.

Hoy, el antiguo centro de San Miguel se convirtió en un caos. Un infierno. Pero sin la poesía del Dante.

Descartada la hipótesis del desastre natural, donde no hay responsabilidad humana, vale la pregunta: ¿Quién produce entonces estos cambios?. ¿La anónima multitud? ¿El espíritu de los tiempos? ¿El inconsciente colectivo?.

Faltaba más.

Afirma el lingüista y filósofo francés Jean- Claude Milner  “… hoy es  muy raro que los gobernantes afirmen que han efectuado una elección. Los gobernantes  declaran hallarse  sometidos: a los mercados, a la protección de la naturaleza, a las encuestas de opinión.
En resumen, a cosas que no hablan. Y como se consideran ellos mismos sometidos, esperan que los gobernados también lo estén. Como el poder reposa en cosas mudas, esperan que todos se callen.”

Nadie puede sorprenderse, entonces, que el alcalde nuestro de cada día se comporte como un patrón de estancia. Víctima del furor reeleccionista.

Pero volvamos a la ciudad desguarnecida, que es el tema.

¿No se debería haber creado, tratándose de obra semejante, un registro de oposición?  ¿O un concurso de ideas?

¿Hacía falta el sacrificio de árboles añosos, reemplazándolos por escuálidos ejemplares que no resistirán el paso del tiempo?

¿Era necesario convertir en víctimas extraviadas por la mala información, por la ignorancia, a los agentes municipales que no brillaron por su ausencia?

¿Acaso era inevitable refregarme en la cara, Joaquín, mi condición de ciudadano de a pie?.

A esta altura puede que sea tarde para que las cosas vuelvan atrás.

Pero esta desconexión entre la política y nuestra condición de seres mudos e invisibles del poder, aún grave, no debería ser inmutable.

Se impone, entonces, no sucumbir. Mantenerse entero. Y recuperar la palabra.

Para que ningún gil vuelva a hablar en nuestro nombre.