24 de abril de 2010

Confieso que he viajado









“Con la aparición de Dean Moriarty empezó la parte de mi vida que podría llamarse mi vida en la carretera. Antes de eso había fantaseado con cierta frecuencia en ir al Oeste para ver el país, siempre planeándolo vagamente y sin llevarlo a cabo nunca”. En el camino, Jack Kerouac







En el camino (On the road en el original) es una de las novelas más conocidas e influyentes del último medio siglo.
Kerouac, narrador y personaje, relata los viajes con amigos por los grandes espacios de Norteamérica, viviendo la experiencia como un fin en sí mismo. Ellos lo que quieren es estar “en el camino”.
Más allá de las aventuras, de las locuras y los excesos, lo esencial del viaje es el descubrimiento de un mundo nuevo y, sobre todo, el encuentro con sus propias identidades.

Si Kerouac encontró a Dean, yo me topé con Oscar.
Perteneciente a la misma generación beat que hizo famosa a la novela, yo no podría ser ajeno a la idea del viaje y la búsqueda.
Aunque debo reconocer que me faltan viajes.
No por carencia de estímulos, por supuesto, sino por la falta de oportunidades.
Eso hasta que apareció Oscar, que tiene una propensión no controlada de estar en otra parte, de querer estar fuera de casa, o de llevar encima su casa. Y que parece movido por un resorte que le impide estar quieto en Buenos Aires, San Luis o Córdoba.
Además nada ni nadie puede tranquilizar se deseo de moverse, de conocer, de ser un viajero incesante y como los personajes de la mítica novela, siente placer con la sensación de estar en la ruta.
La invitación a compartir sus experiencias terminó siendo irresistible.

Rumbo al “Estado Libre Asociado”
Oscar no es un conductor descuidado o que maneje corriendo.
Y no lo ponen ansioso, como a los “vacacionistas”, los mojones que indican el kilómetro.
Quien no lo conozca bien se quedará asombrado por la tranquilidad de su conducta, que dista mucho de la usual en la vida cotidiana.
El corto viaje (por el tiempo, no por la distancia), a la tan bien vendida (por él)  patria del Adolfo y del Alberto, se convertía en un desafío a ser un testigo directo. Como decía Mark Twain: suponer está bien, pero descubrir es mejor.
Luego de trasponer las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba por la histórica Ruta 7, uno tiende a darle la razón a los que creen que, aunque bien mantenida y marcada, es una antigüedad del Siglo XX. Superar, en plena cosecha, a camiones y maquinaria agrícola, se convierte en una empresa de verdadero riesgo.
En un momento, en medio del descampado, se levanta una especie de versión puntana de la Puerta de Alcalá que nos anuncia la entrada y nos da la bienvenida a San Luis.

Bienvenidos al paraíso
Resulta difícil decidir cuál de los siguientes ítems seduce más:
Las perfectamente iluminadas, forestadas y “esculturizadas” autopistas que llevan seguro y rápidamente a todos los rincones.
La ciudad de La Punta, con la Universidad, el estadio de fútbol y sus casas recién construidas (habitadas por gente que paga por muchas de ellas el equivalente a un “plan social”).
No registrar, como estamos acostumbramos en Buenos Aires, ningún anuncio gráfico sobre la paternidad de las obras (el común, ¡ gracias a mí ¡: expresión de soberbia del que cree propio los recursos que son públicos).
El complemento perfecto entre clima y paisaje.

Villa de la Quebrada
Un encuentro fortuito y la invitación a visitar el pequeño pueblo serrano dejará huella.
La primera sensación que tuve es que viajaba a otra dimensión temporal, a un mundo que parecía producto de la imaginación, de un recuerdo de otro tiempo.
Por supuesto, era pura subjetividad.
Ese pueblo vivía nuestros mismos tiempos, nuestros mismos miedos, nuestras mismas miserias y nuestras mismas mentiras. Veían TN y Canal 7 y leían Clarín, como cualquiera.
Aunque con la diferencia: eran capaces de vivir con todo eso y además con cosas extraordinarias.
Por ejemplo, con el aire puro y el cielo limpio. Y con el silencio crepuscular en los cerros.
Luego de eso sabía que tendría que volver al mundo real, pero satisfecho del descubrimiento de un mundo y un modo de vida distinto.
Finalmente caimos en la cuenta de que “todavía nos quedaba mucho camino. Pero no nos importaba: la carretera es la vida”.

Continuará…