11 de julio de 2009

Waterloo

Haciendo caso omiso de las opiniones y amonestaciones de algunos de sus amigos, que a partir de ahora dejarán de soportarlo con estoicismo, el incombustible responsable del blog, se lanza a desentrañar el “horroroso crimen” cometido en los comicios.






Cuando una nueva coalición empieza a desplegarse, Napoleón decide atacar, consciente de la necesidad de detenerlos antes de que se vuelvan invencibles. Optó por una estrategia ofensiva, por los efectos que un éxito repentino podría tener. El factor decisivo fue, sin embargo, el agotamiento por un lado y la tenaz resistencia por el otro.







Entre los concurrentes a las cotidianas mesas de café, con los cuales uno comparte una entrañable amistad, y con algunos una larga militancia política, el kirchnerismo hizo estragos (recuerdo que algo similar había ocurrido en su momento con el menemismo).
En los preliminares de los adelantados comicios del 28 de junio, cuando muy pocos sospechaban el futuro y el astuto Kirchner era número puesto, bien podría haberme preguntado como Cortázar "¿Qué hace un cronopio como yo en un mundo de famas y esperanzas como este"?,
Sin embargo, luego de los inesperados resultados, el clima será otro. De exultante y tremendista a depresivo y temerario.
Aparecen en escena los reproches. Serán objeto de recriminaciones revolucionarias los hoy satisfechos y desagradecidos integrantes de la clase media. Los traidores intendentes pejotistas del conurbano. Los productores agrarios y la burguesía nacional cooptados por la oligarquía y el imperialismo. Los progresistas abstractos. Los ingenuos engañados por el poder mediático, los pesimistas que descreen del “modelo” y los miserables que cortaron boletas. En fin, la mayoría de los argentinos.
Una evidente demostración de lo dolorosamente digerible que resultó una derrota a manos de una billetera privada, carente de la ideología revolucionaria del "distribucionismo".
Entretanto, como héroes de la resistencia (la rendición no es una opción válida) doblan la apuesta poniendo la mira en el aún lejano 2011 y asegurando, bienintencionadamente y desvergonzadamente, que el producto del acto electoral no fue nada más, ni nada menos, que un crimen de lesa majestad.
De ser cierto esto último, lo que exige la incomprensión general es que, si hubo un crimen, no debería continuar impune.
Por lo tanto, como exigen los cánones del género, un investigador que se precie debería estar dispuesto a revolver los sucesos del pasado, los muchos hechos dolorosos ocurridos antes, durante y después del delito, y que algunos parecen deseosos de olvidar.
Además, para responder a los interrogantes, lo más aconsejable sería evitar tomarse las cosas demasiado a la tremenda, renunciar al tremendismo y elegir el camino de la bonhomía.

Continuará…