2 de abril de 2011

Aquella mañana




Volver a recordar aquella mañana de hace casi treinta años no me cuesta, ni me avergüenza.





Siempre vuelvo a aquella mañana en que me enteré, entre la emoción y el estupor, viajando en un colectivo del conurbano y a través de la portada de Crónica, de que los que unos días antes nos habían apaleado y gaseado en la Plaza de Mayo, recuperaban la hermanita perdida.
Ese injusto régimen, la peor dictadura conocida, que habían conseguido durante esos años que la mayoría de los argentinos estuviéramos en otra parte, en otro mundo, en otro país, como estatuas griegas mirándonos hacia adentro, ocupaba las Malvinas y se enfrentaba, de hecho y no retóricamente, con el imperio inglés.
Esa mañana algo había cambiado. Y así lo percibimos muchos argentinos que nos acercamos a la Plaza para festejar. Para demostrar, si hiciera falta, que la patria solo pertenecía al pueblo y no a los retrógrados y mezquinos intereses de la dictadura.
Lo que vendrá inmediatamente después no será (ninguna lo es) una “guerra chapucera”, como la definirá García Márquez, sino una demostración de lo capaces que somos los argentinos para el heroísmo y la entrega.
La foto de la rendición de los soldados ingleses, representación del mito fundacional (si nacimos como argentinos enfrentándonos con el inglés), sigue manteniendo vivo en mí el espíritu de la Gesta de Malvinas.