18 de enero de 2006

La respuesta de Plutarco


Mi estimado vergonzante vegetariano, al que suelen poner en aprietos cada vez que le preguntan si de verdad no come nunca carne.
¿Nunca, pero nunca jamás? ¿Nunca un asadito? ¿Nunca un choripán? ¿Nunca una milanesa con papas fritas? ¿Pero pescado sí? ¿Y un pollito al espiedo?.
Y Ud., un convencido sin retorno, que se pasó más de una década sin probar ni siquiera un pequeño resto de cadáver, ni aún simulado de la mejor manera para disimular su esencia, tiene que bancarse el relamerse, la incomprensión y hasta la lástima, del que lo cuestiona y lo obliga a explicar el por qué.
¿Que no se cansa de explicar, con demostraciones científicas, que es bueno y saludable dejar el hábito carnívoro? ¿Que se la pasa demoliendo mitos, como el de las carencias, por ejemplo de B12 o proteínas?
¿Y que aún así nadie lo toma en serio?.
Si yo lo tomo en serio. Si le sobran razones de todo tipo para enjuiciar una necesidad primitiva convertida en virtud, como el hábito carnívoro.
Quizá hacer girar las conversaciones sobre la comida no sea la mejor manera de hacerse entender. Busque otro camino que no sea el de la dieta. Pruebe, por ejemplo, con herramientas privativas de los humanos, como la literatura y la filosofía.
Elizabeth Costello
En los escritos, pero sobre todo en las conferencias, de la reconocida escritora australiana, a la que no le gusta, como a Ud., ver carne en la mesa, puede encontrar argumentos para su defensa.
Ella acostumbra responder a la pregunta de rigor ¿Qué la llevó a hacerse vegetariana? con la frase de Plutarco: “Me pregunta usted por qué me niego a comer carne. A mí me asombra que usted se pueda poner en la boca el cadáver de un animal muerto, me asombra que no le dé asco masticar carne cortada y tragarse el jugo de heridas mortales”.
¿Que mucha gente piensa que sus opiniones son “bobas y estúpidas” porque habitualmente habla sobre los animales, los derechos de los animales y la relaciones éticas con los animales?. No deje de recordar que también era de bobos y estúpidos descubrir que la piel negra no era razón por la que un ser humano debía servir a un amo como esclavo.
¿Que también se la acusa de fundamentalista porque compara los campos de concentración del Tercer Reich con los laboratorios y los frigoríficos (“los nazis, dice, aprendieron de los mataderos de Chicago”) y señala el silencio y la “ceguera” de los vecinos de los campos y de los mataderos como manera de salvar las culpas por el oprobio?.
Es que “la Costello”, poseedora igual que Ud. de una “delicada sensibilidad”, cree que sólo por utilitarismo o cobardía se puede obviar el horror que son sus vidas y sus muertes y por eso esos horrores omitidos estarán siempre en el centro de sus disertaciones.
Tiene el mérito, además, sin pretender convencer y con el lenguaje de Aristóteles y Tomás de Aquino, Kant y Descartes y Kafka y Coetzee, de inocular incertidumbre en un mundo algo olvidado de valores.

La otredad y la compasión
¿Tienen alma los animales o son autómatas biológicos? ¿Son seres sufrientes como nosotros? ¿Aún no siendo poseedores de la “razón humana”, tienen derechos que debamos respetar, o peor aún, nos da derechos para traerlos a la vida, para torturarlos, masacrarlos y comerlos? ¿Es posible ponerse en lugar del otro?
En las respuestas a estos interrogantes es donde Ud. puede cortar el nudo de un solo golpe.
Por ejemplo, tanto Ud. como la escritora saben que ponerse en el lugar del otro es una posibilidad cierta, como que la han alcanzado, aunque no a través de la razón, los poetas y los artistas.
Y saben también que si en el colmo de la imposibilidad se halla el psicópata, en el extremo opuesto se encuentra la compasión.
La compasión no como un mandato que viene desde otro lado, desde afuera, sino como fuerza inmanente, para interpretar y compartir el dolor ajeno.
Por eso, si cae víctima de la extorsión de los intelectuales racionalistas, modere las respuestas y recuerde las palabras de Wilde luego de conocer la cárcel: “¡Oh, dear, la compasión es algo admirable!” “Yo doy gracias a Dios cada noche... Sí, de rodillas, le doy gracias por habérmela hecho conocer.”
Y dígales, sin vergüenza, que Ud. también está encantado de conocerla.
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