15 de septiembre de 2011

Acción y aventura










En Córdoba las mujeres le llamarán la atención, el vino, los alfajores y la voz del interior”. Chango Rodríguez








Otra vez el viaje. Es difícil no ceder a las tentaciones del personaje de Kerouac, a la sazón mi hermano (ver:confieso). Un viaje, como suele ser común, relámpago. Insuficiente para calmar todos los anhelos, deseos, apetitos. Suficiente para despegarse de la cotidianidad. Y una manera figurada de rajarle al analista.
Le tomé el gusto a esta forma de burlar la realidad (término que no pude descifrar porque sobre gusto no hay nada escrito).


El mérito de intentar

“Para contemplar con mayor profundidad que desde el nivel del río”, escribía el poeta berreta ,“tendré que esperar, en todo caso, a que llegue pronto la montaña”.
Para mí, sin embargo, “estaba ahí, tan cerca, palpable, a mano”. Y no podía no estar en Córdoba. Y no provocar nostalgia.
Después de todo, ¿Qué sería de nosotros sin nostalgia, sin evocar situaciones favorables, sin desafíos?
En definitiva, volvía al mismo lugar, treinta años después, para repetir la “hazaña”: alcanzar la cima del cerro más alto de las sierras chicas.
Ganas no me faltaban. Y descartaba que la suerte no me sería esquiva.
Los vientos primaverales soplaban fuerte. Y debía hacerlo rápido porque el ocaso se aproximaba.
Me desviví en elogios: “hermosa giba de la naturaleza no te resistas, dejame alcanzar tu vértice” y otras ordinarieces por el estilo.
Con fuerza, con vitalismo, emprendí el ascenso.
Costó, usando a Churchill, sangre, sudor y lágrimas. Y todo el oxígeno de mis pulmones.
Aunque, a fuer de sincero, debo decir una verdad que no tendría que decir nunca a nadie. Para no menoscabar ni ofender a mi maltrecho ego.
No pude. No pude llegar, gasté todas las disponibilidades pero no me alcanzó.
Al final terminé pagando cara la osadía. La sutil y sagaz naturaleza me noqueó, me hizo besar la lona, me dejó fuera de combate.
Y, todavía, debería estar muy agradecido porque me permitió volver sobre mis pasos, con mis propios medios y sin necesidad de un pulmotor.
Ánimo. El que escribe se la banca. Y los amigos, generosamente piadosos, deberían también sostenerlo en la bancada. 
En definitiva, una entre tantas ilusiones perdidas, no puede significar la consagración de la imposibilidad.
Habrá que esperar, en todo caso, hasta la próxima instancia, aunque pueda ser aún mucho peor.




...continuará