14 de junio de 2009

Voto cantado

Desatendiendo la advertencia de Mark Twain, de que es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda, el autor del blog acepta el desafío de la hora, asume el riesgo, y se define.

"La vida es una comedia o una tragedia, según el punto de vista en que se mire", afirmaba el cartel promocional de la película La rosa púrpura de El Cairo, resumiendo el filme en el que la historia de Cecilia (Mia Farrow), una desdichada camarera cuya única felicidad es ver una y otra vez una película, es contada consecutivamente desde el punto de vista cómico y trágico.
De la misma manera, la actual orgía electoral a la que asistimos los argentinos, condenados como el personaje de Woody Allen a ver siempre la misma película, si la consideramos en su conjunto y en general no es más que un espectáculo trágico.
En cambio, viendo sus detalles se convierte en sainete, porque las vicisitudes y tormentos cotidianos, las retóricas proselitistas, las chicanas incesantes, los infundados temores infundidos, los cambios de rumbo, son verdaderos pasos de comedia.

Por eso a estas elecciones hay que tomárselas en serio. Aunque sin exagerar.


candidaturas
Aún con el enfoque más benevolente y por más buena voluntad que uno ponga, los candidatos que desfilan, salvo contadas excepciones, demuestran cabalmente la orfandad política del presente.
Es que cuando se hace política movidos sólo por el puesto político, por afán de lucro o por impunidad y no por el bien común o por patriotismo, todo se reduce a la sutileza de las formas.
El que logró alcanzar la condición de candidato, luego de cubrir un arduo itinerario iniciático y de someterse a un protocolo de investidura, luce y se comporta de acuerdo a las exigencias de un intrincado ritual. Interviene ruidosamente en determinadas ocasiones, guarda silencio en otras, aunque siempre tratando de evitar que la función no se salga del libreto.
Para después, ya con el cargo como botín, demostrar, como cualquier miserable, que se acomoda a las bondades del poder.
Por definición no hay nada que esperar de ellos.
Así como la guerra es un asunto demasiado serio para confiárselo a los militares y la economía no es una materia tan frívola como para dejarla en manos de los economistas, la política es una empresa muy importante que no debería ser manejada por desaprensivos aspirantes a burócratas.

Sobre todo, en esta Argentina deliberadamente en indefensión y fragmentada.

en campaña
¿Ante la resurrección del “estilo moderado neoconservador”, prevalecerá la impronta “nac & pop”?
¿O quedará sólo como el “deseo imaginario” de los escasos voluntaristas que se resisten a admitir que el kirchnerismo ya es pasado?
¿Los “desaguisados” kirchneristas, como la derrota autoinflingida en el combate con los productores agrarios y la Argentina interior, demostrarían una vez más que en la era de la “democracia de la derrota” los detentadores del poder político terminan, como Alfonsín, Menen, De la Rúa y Duhalde, suicidándose?
¿Como decía Onetti: el final es siempre Waterloo?
¿Astucias como el adelantamiento, las chicanas judiciales, las candidaturas testimoniales, le serán suficientes a los Kirchner para alcanzar la conformista y modesta aspiración de obtener el tercio de los votos válidos en Buenos Aires, y de ese modo cumplir con la pretensión de ser los ganadores en la interna abierta del peronismo?
¿O terminarán abdicando a favor de un político más “serio” y potable?

Frente a la dificultad para vencer la indiferencia política, nos acostumbramos a aceptar, sobre todo en épocas electorales, todo tipo de interrogantes triviales y cuestiones accesorias.
Sin embargo, toda reflexión acerca del presente electoral debería comenzar, o terminar, con esta pregunta: ¿Quién (y qué) sirve al interés nacional?


“No votés, tu voto es su coartada”

No me interesa la suerte de los tahúres, los aventureros, los excéntricos, los genocidas y los matones. Ni sus “proezas”, ni sus “hazañas”.
No pretendo exculpar, siquiera parcialmente, a los que confunden la justicia social con el tráfico de miserables, ni a los dispuestos a vender el alma a cualquier poder, ni a los que se acomodan a toda situación que se produzca.
Desconfío de los que utilizan el miedo. Y de los humores de un paranoico imbuido de “la ética de la extorsión” y una “fuerte ideología de la usura”.
No entiendo, además, el claro apoyo y la confusa crítica de los que levantan la consigna del “apoyo crítico”.
Y a los que caen en el espantoso equívoco de suponer que Kirchner es Perón.
O lo más grave aún: los que creen que la principal virtud (o el peor pecado) del kirchnerismo es lo que puede llegar a ser.
Me entristece la política basada en axiomas, admitida sin necesidad de discusión.
Y los discursos distanciados de las cosas. Y de tener que vivir en una “esquizofrenia programada”.
Y sobre todo, la ausencia de pueblo y de proyectos nacionales.
Solo aquellos aquejados de ingenuidad infantil o que padecen de reblandecimiento senil y los que desean ser engañados o necesitan engañarse a sí mismos pueden glorificar un típico modelo político decadente que suele ser característico de las sociedades coloniales y semicoloniales.

En fin. La vida, como advierte el texto védico, es una constante elección entre senderos que se bifurcan y es un arte tomar las decisiones correctas en un universo fluctuante e incierto.
Pero estoy convencido de que “hay momentos en la vida en los que un hombre tiene que decir que no”, como dice Giancarlo Giannini en Pasqualino siete bellezas, el bello film de Lina Wertmüller.