10 de octubre de 2005

Robespierre
















Robespierre, de Jorge Thenon

En la extensa introducción a la historia del personaje en cuestión, el autor desarrolla la hipótesis central del libro y sobre la cual va a trabajar. Y me parece oportuno realizar algunas consideraciones justamente sobre esa primera parte.
Él intenta refutar a los que explican el mundo a través de los “factores” (en este caso los factores psicológicos) y acierta en el enfoque. Pero finalmente comete el mismo pecado que sus refutados, porque, como no podía ser de otra manera, será presa de su época y de sus dogmas políticos .

Lo del huevo o la gallina
En el momento de la edición del libro, mediados del Siglo XX, las ciencias sociales y políticas tenían como paradigmas dominantes a Freud y a Marx y era difícil no caer bajo el influjo de semejantes hechiceros.
No nos olvidemos que Bs.As. llegó a ser unos años más tarde, por la cantidad de psicoanalistas por habitante, la capital mundial del psicoanálisis y aún faltaba mucho tiempo para la caída del Muro de Berlín y para la reconversión de China al capitalismo.
No pudieron prever esos genios creadores de las más originales estructuras teóricas que produjo el pensamiento occidental, que gracias a sus epígonos, al Valium y al Prozac, y a Reagan y Woytila, el que los cita hoy se convierte prácticamente en arqueólogo ideológico.
A mi modo de ver, por el consumo de marxismo y psicoanálisis en boga, el autor terminará encerrado entre anteojeras que le impedirán una correcta visión. Víctima de sus “dogmas”, navegará entre dos mundos a simple vista imposible de conciliar. Porque aunque muchos lo intentaron, el psicoanálisis y el marxismo han sido como el agua y el aceite, imposibles de amigar (Es que siempre han sido usados como dogmas y no como andamiajes teóricos sobre los cuales reflexionar).
Thenon sostiene que los hombres de ciencia (se refiere a los estudiosos de las conductas individuales) concedieron un excesivo valor a los detalles personales en detrimento del contexto histórico, convirtiendo una porción de verdad en toda la verdad.
Es decir, critica acertadamente a los que elevan a causas generales del proceso histórico las conductas individuales y no tienen en cuenta las “relaciones de producción” en el comportamiento del hombre.
Pero como psiquiatra que es, no puede desconocer que muchas de las “verdades” de la psicología son absolutamente ciertas. Incluso varias veces elogia los descubrimientos de Freud y reconoce que de su obra se desprenden algunas observaciones ingeniosas y exactas, como la naturaleza del vínculo que une a la multitud y a ésta con el jefe.
Aunque cae en el error que le imputa a los demás cuando pretende probar sus tesis valiéndose de los mismos argumentos que desacredita. Quiere demostrar, usando el marxismo, que los condicionamientos históricos (lucha de clases, relaciones de producción, etc.) determinan las conductas individuales y no al revés.
Dice bien que... los sabios buscaron la causa de las revoluciones y las guerras no en las contradicciones propias del régimen social sino en los arcanos del inconsciente individual y colectivo. Pero al dar vuelta la taba y buscar las causas originales de la conducta individual en la lucha de clases y las relaciones de producción, comete el mismo desatino del que acusa a los sabios, la sobreestimación de un valor.
Coincido con él cuando sostiene que si el método de análisis no tiene contacto con la realidad se llegará a un error. Pero cuando critica a un psicoanalista, Laforgue, porque éste afirma que la avidez y la codicia son inmanentes al espíritu humano y no producto de un sistema determinado de intercambio de la riqueza, debería saber que las conductas individuales y sus formas colectivas, aunque puedan o no definir por sí solas un contexto, son per se, una realidad incontrastable y no fruto directo de los modos de producción.
También el amor, la bondad y otros sentimientos, negativos y positivos, forman parte de la naturaleza humana. Algunos biólogos, por ejemplo, afirman que si la condición natural de los humanos no hubiera sido el altruismo y la solidaridad, la especie humana se habría extinguido inexorablemente. Aunque es cierto que bajo determinadas condiciones histórico-sociales, se exacerban más unos u otros.
En el alma del protagonista, afirma Thenon, participan dos clases de elementos: los instintos por un lado y por otro lo adquirido socialmente. Y en la lucha por la satisfacción de los deseos instintivos no se puede eludir el obstáculo que se interpone, la estructura social, y que se reflejan en su conciencia.
Esto es dialéctica pura, a condición de que no se quede ahí, que fluya, porque esa estructura social es un producto de los seres humanos, esos mismos que poseen instintos y condicionamientos sociales.
Porque la magnitud de los acontecimientos determinados por un azar o una actitud psicológica depende de las circunstancias históricas. Pero esas circunstancias históricas no son una abstracción sino una realidad, determinada entre otras cosas, por el azar y las actitudes psicológicas.
En resumen: las dinámicas biológicas, psicológicas y sociales se articulan en lo humano como piezas de un gran y complejo rompecabezas y es altamente ineficaz buscar el principio fundacional, el Big Bang de los orígenes. Porque de lo que se trata es de comprender esas dinámicas en su totalidad.
Para suplir nuestras propias carencias es sano y necesario recurrir al genio de otros. Pero no como delirantes que prefieren las soluciones simples e inmutables de los dogmas, o como perezosos mentales que eligen la facilidad del dogma, sino como una mejor forma de comprender e interactuar la realidad.

La indefensa Argentina y los "desmalvinizadores"



El antes militante que escritor, o “más que un hombre de letras, un hombre que escribe letras para los hombres”, Rodolfo Balmaceda, pone de relieve en “La Argentina indefensa” de Ediciones Causa Nacional, aspectos muy poco tratados de ese acto trascendental que significó la recuperación de las Malvinas por parte de la Argentina.
El libro no intenta hacer la historia de la guerra, hay bastantes libros que se encargan de ella, sino del significado político de la misma desde la perspectiva del interés argentino
¿La Argentina perdió la guerra de Malvinas? ¿Existió y/o existe una orquestada campaña de “desmalvinización”? ¿Corre riesgo la integridad territorial argentina?, preguntas que debería hacerse cualquier argentino biennacido y que Balmaceda no sólo se las hace sino que, y eso es lo ciertamente meritorio, se esfuerza por responderlas.
Sostiene que la Argentina no perdió la guerra en la batalla de Puerto Argentino (después de todo en una guerra se pueden perder muchas batallas), sino a partir de ella, cuando el “olvido” se hizo militante (sólo hay vencido cuando éste deja de luchar).
Este “olvido”, que Balmaceda llama “desmalvinización”, sistemáticamente sugerido y enseñado a través de todos los medios posibles, sería producido por la inteligencia británica y pragmatizado por “los cipayos a sueldo y ad-honorem”, especies abundantes en estas tierras (sobre todo los últimos). El objetivo: generar conciencia de derrotado, de vencido y, en última instancia, la pérdida del sentido de pertenencia a una nación.
Dejar en claro la opinión de los hombres públicos durante y luego de ese gran acontecimiento histórico, y no como un buscador periodístico de banalidades insustanciales sino para demostrar cabalmente la hipótesis central del libro, es sin duda alguna, un gran acierto.
Si se le reprocha al gobierno militar esconder lo “malo” de la guerra, los gobiernos democráticos que le siguieron y la opinión pública, por sentimiento de culpa, de inferioridad o por complicidad manifiesta escondieron lo “bueno” y se regodearon, y aún lo hacen, con las “miserias” de la misma (comunes por otro lado, a toda guerra). Esto demostraría claramente que el autor no anda muy lejos cuando afirma que los desmalvinizadores existen.
La geopolítica, una materia que ha dejado de circular en el mundo marginal, pero no en los países serios del mundo que no la venden pero sí la utilizan (el ejemplo más reciente es Irak), en uno de sus principios sostiene que se debe “operar el avance por la línea de menor resistencia”. Por eso hace bien Balmaceda, en una época y en un mundo ávido de recursos naturales estratégicos como el petróleo y el agua y donde se presentan doctrinas que consideran que “ciertas regiones del mundo no pertenecen a nadie”, en preocuparse, en esta Argentina “indefensa”, por la Patagonia y la Antártida.
Finalmente, de la lectura del libro, a pesar de los más de veinte años de la feroz campaña para demostrar que fue una “aventura irresponsable”, el sentimiento patriótico aflora. Y ese mérito no es poco. Porque como dice Manuel Ugarte, citado en la obra, “si no queremos ser mañana la raza sojuzgada que se inclina medrosamente debemos ser profundamente patriotas”.