31 de agosto de 2006

El Dictador




Escribir le produce un efecto curioso: lo obliga a plantearse problemas a los que de otra forma no le prestaría ninguna atención.
Aunque no pueda hablar del Dictador sin mayores explicaciones, quiere escribir sobre él.
Está muy atento a su afección, envuelta en silencio, convertida en seguridad de Estado.
Encuentra a los analistas políticos émulos de Horangel (benemérito profesor, adivinador de sueños y pronosticador de muertes, que define su profesión como “arte conjetural”), meros conjeturadores.
Evoca el “viva el cáncer”, escrito en las paredes de Buenos Aires al conocerse la enfermedad terminal de Evita, cuando festejan la novedad de su dolencia.
Tiene la impresión de que las modernas democracias terminaron por dejar fuera de carrera a los héroes.
Imagina, en una época escasa en héroes, que se lo podría equiparar con el primero, Prometeo, porque ambos desafiaron a los dioses estableciendo la independencia y la autonomía contra todo determinismo, terminando los dos encadenados y bloqueados y con un buitre devorándoles las entrañas.
Opina que la condición de héroe tuvo una influencia decisiva, pero no habría tenido ninguna posibilidad de serlo si la historia no se lo hubiera permitido. Estima, sin abusar de la metáfora, que fue engendrado por la historia.

¿Utopía real?

No para de pensar. Considera que es contraproducente tener certezas cuando hay paradojas.
Le cuesta entender a los panegiristas, pretenciosos de convertirlo en símbolo y estandarte de la “revolución” y el “socialismo”.
Nota que al adepto le resulta más fácil tomar partido porque ahorra pensar.
Dicen que la sociedad que él encarna se llama “socialismo”.
Le gustaría creer que sí, pero no puede.
Recuerda a Marx que por socialismo entendía una sociedad cuyo desarrollo económico fuera desde su principio superior al del capitalismo más avanzado.
No olvida a Lenín que juzgaba a la sociedad soviética como un “camino”(que no es el mismo que termina en las ruinas del muro de Berlín).
Advierte, como Trotsky, que es más peligroso confundir el presente con el futuro en política que en gramática.
Se pregunta, entonces: ¿Se la puede nombrar “revolución”?
Ignora la respuesta. Pero tiene claro que si no vuelve al punto de partida sin duda lo merece.
Descubre que en el largo camino recorrido por el Dictador, entre espadas de Damocles, abrazos de oso, aciertos e imprudencias, la Patria salió indemne.
Admite, aún con dudas, como verdad, que “socialismo” es el vestuario con el cual el patriotismo se vistió para enfrentar a sus enemigos.
Está preparado, finalmente, para aceptar lo que la historia dictamine.
Ahora se sienta a escribir esperando que el destino se manifieste.
Aunque sabe que a menos que se disponga a actuar, nunca ocurrirá nada.

Entrevista
Pregunta el entrevistador sobre los rumores acerca de su muerte.
“Lápida será mi ausencia sobre este pobre pueblo que tendrá que seguir respirando bajo ella sin haber muerto por no haber podido nacer”.
Lo que quiere saber el entrevistador es si alguien podría reemplazarlo en la muerte.
“Del mismo modo que nadie podría reemplazarme en vida. Aunque tuviera un hijo no podría reemplazarme, heredarme. Mi dinastía comienza y acaba en mí. La soberanía, el poder, de que nos hallamos investidos, volverán al pueblo al cual pertenecen de manera imperecedera”.
El entrevistador pretende que se haga cargo de escatimar libertades.
“Esos pocos particulares presos, aparte de los traidores y conspiradores, lo están en calidad de rehenes de la libertad de todo el pueblo”
Considera el entrevistador que solidez es lo que tiene de sobra.
“... mi patria está cometiendo, y continuará cometiendo, que no lo dude nadie, el pecado de existir”
Confiesa el entrevistado el deseo de que un escritor como Roa Bastos lo inmortalice en la literatura.
“La muerte aún no me acompaña. Pero la muerte es impredecible, sólo hay que darle tiempo”.