31 de agosto de 2006

El Dictador




Escribir le produce un efecto curioso: lo obliga a plantearse problemas a los que de otra forma no le prestaría ninguna atención.
Aunque no pueda hablar del Dictador sin mayores explicaciones, quiere escribir sobre él.
Está muy atento a su afección, envuelta en silencio, convertida en seguridad de Estado.
Encuentra a los analistas políticos émulos de Horangel (benemérito profesor, adivinador de sueños y pronosticador de muertes, que define su profesión como “arte conjetural”), meros conjeturadores.
Evoca el “viva el cáncer”, escrito en las paredes de Buenos Aires al conocerse la enfermedad terminal de Evita, cuando festejan la novedad de su dolencia.
Tiene la impresión de que las modernas democracias terminaron por dejar fuera de carrera a los héroes.
Imagina, en una época escasa en héroes, que se lo podría equiparar con el primero, Prometeo, porque ambos desafiaron a los dioses estableciendo la independencia y la autonomía contra todo determinismo, terminando los dos encadenados y bloqueados y con un buitre devorándoles las entrañas.
Opina que la condición de héroe tuvo una influencia decisiva, pero no habría tenido ninguna posibilidad de serlo si la historia no se lo hubiera permitido. Estima, sin abusar de la metáfora, que fue engendrado por la historia.

¿Utopía real?

No para de pensar. Considera que es contraproducente tener certezas cuando hay paradojas.
Le cuesta entender a los panegiristas, pretenciosos de convertirlo en símbolo y estandarte de la “revolución” y el “socialismo”.
Nota que al adepto le resulta más fácil tomar partido porque ahorra pensar.
Dicen que la sociedad que él encarna se llama “socialismo”.
Le gustaría creer que sí, pero no puede.
Recuerda a Marx que por socialismo entendía una sociedad cuyo desarrollo económico fuera desde su principio superior al del capitalismo más avanzado.
No olvida a Lenín que juzgaba a la sociedad soviética como un “camino”(que no es el mismo que termina en las ruinas del muro de Berlín).
Advierte, como Trotsky, que es más peligroso confundir el presente con el futuro en política que en gramática.
Se pregunta, entonces: ¿Se la puede nombrar “revolución”?
Ignora la respuesta. Pero tiene claro que si no vuelve al punto de partida sin duda lo merece.
Descubre que en el largo camino recorrido por el Dictador, entre espadas de Damocles, abrazos de oso, aciertos e imprudencias, la Patria salió indemne.
Admite, aún con dudas, como verdad, que “socialismo” es el vestuario con el cual el patriotismo se vistió para enfrentar a sus enemigos.
Está preparado, finalmente, para aceptar lo que la historia dictamine.
Ahora se sienta a escribir esperando que el destino se manifieste.
Aunque sabe que a menos que se disponga a actuar, nunca ocurrirá nada.

Entrevista
Pregunta el entrevistador sobre los rumores acerca de su muerte.
“Lápida será mi ausencia sobre este pobre pueblo que tendrá que seguir respirando bajo ella sin haber muerto por no haber podido nacer”.
Lo que quiere saber el entrevistador es si alguien podría reemplazarlo en la muerte.
“Del mismo modo que nadie podría reemplazarme en vida. Aunque tuviera un hijo no podría reemplazarme, heredarme. Mi dinastía comienza y acaba en mí. La soberanía, el poder, de que nos hallamos investidos, volverán al pueblo al cual pertenecen de manera imperecedera”.
El entrevistador pretende que se haga cargo de escatimar libertades.
“Esos pocos particulares presos, aparte de los traidores y conspiradores, lo están en calidad de rehenes de la libertad de todo el pueblo”
Considera el entrevistador que solidez es lo que tiene de sobra.
“... mi patria está cometiendo, y continuará cometiendo, que no lo dude nadie, el pecado de existir”
Confiesa el entrevistado el deseo de que un escritor como Roa Bastos lo inmortalice en la literatura.
“La muerte aún no me acompaña. Pero la muerte es impredecible, sólo hay que darle tiempo”.

31 de julio de 2006

Fútbol mundial



Quien no se desahoga, se ahoga
Con un nudo en el estómago, con palpitaciones desaforadas y con una angustia difícil de manejar, así era el estado en que me encontraba luego de ver el partido Argentina-Alemania.
Aún conmovido, silenciosamente me seguía preguntando: ¿Por qué tuvo que irse Abondancieri? ¿Por qué tuvo que errar Ayala y encima errar Cambiasso? ¿No hubiera sido decisivo, en ese partido definitorio, las gambetas de Messi?.
Aunque nadie me pedirá rendir cuentas, sin embargo me siento estar bajo sospecha.
Muchas veces me cuestioné seriamente si de verdad me gusta el fútbol, si no será una pose, una impostura, de aquel que sigue la corriente para no quedar desubicado.
Pero, mal que me pese y que le pese a algunos, comparto el sentimiento.
¿Por qué estoy dispuesto a sufrir por él? ¿Por qué me es imposible serle indiferente?
Sinceramente, ignoro los motivos. Al fin y al cabo todos tenemos momentos de debilidad, razones del corazón que la razón no conoce.
¿Cómo voy a evitarlo? ¿Mintiéndome? ¿Traicionándome? ¿Disimulando? No tiene sentido....

“Yo soy inmenso... y contengo multitudes”
Con la lógica irracional que el fútbol nunca deja de despertar, se establece una línea fronteriza: a un lado están los que disfrutan del fútbol (como es mi caso); al otro están los que aborrecen de él (en general mujeres, y sobre todo intelectuales) y que suelen preocuparse y preguntarse:¿Por qué negros, blancos y amarillos, viejos y jóvenes, pobres y ricos, izquierdistas y liberales, aguzan la vista y el oído cuando de fútbol se trata? ¿Por qué se sigue hablando y hablando y hablando de un hecho tan trivial como veintidós boludos disputando una pelota? ¿Cómo es posible, cómo se entiende, que la FIFA tenga más países afiliados que la ONU?.
Además, lo que en principio parece demasiado fácil, le cargan el sambenito de ser un gran negocio. Y señalan que es aprovechado políticamente y hasta convertido algunas veces en cuestión de Estado. Incluso hay quienes, haciendo mal uso de Marx, lo estigmatizan como el opio de los pueblos.
Entonces es cuando, cual buen amante, me veo obligado a recoger el guante.
En principio, se confunden quienes creen que el fútbol es una diversión. Yo diría que más bien es algo tremendamente serio y, como las corridas de toros, no divierte a nadie pero interesa y apasiona a muchos.
Se equivocan, además, los que piensan que sólo es un negocio. Porque, aún siéndolo a cierto nivel, lo paradójico es que el atractivo principal sigue siendo el juego.
Tampoco es pecado si “la comunidad imaginaria de millones, como señala Eric Hobsbawn, parece ser más realista que la de un equipo de once personas”. Más bien es virtud poseer la capacidad de convertirse en símbolo de pertenencia, de identidad, sobre todo nacional .
Pero menos todavía debería inferirse complacencia política cuando produce alegría popular. En todo caso, si produce rédito político, o no, la culpa no es del fútbol, cómo habría de serlo, sino del anfiteatro en el que se desenvuelve. Podría decir con Whitman,: no es mi culpa si soy inmenso... y contengo multitudes.

Pariente del arte
Hay algo en el fútbol que lo emparenta con el arte. Como el arte, el fútbol es menos comprensión que sentimiento y su sentido profundo no depende del estrecho marco de la realidad del juego sino de la universalidad del simbolismo oculto en él.
Téngase en cuenta, además, que si nadie pudo escribir una novela de fútbol, quizá sea porque es en sí mismo una novela.
En el fútbol, donde sólo el desenlace es seguro y todo lo demás se supone, hay misterio, tensión, incertidumbre y enemigos y víctimas, traidores y taimados, buenos y malos, ocultismo, exotismo, luchas políticas y religiosas, conspiraciones, amor, dolor, muertes y resurrecciones, infierno y cielo, belleza y lógica.
¿Se necesita más para ser una novela?

La revancha
El único consuelo que me quedaba era saber que, a diferencia de la vida, donde no siempre hay otra oportunidad, en el fútbol hay revancha, hay derrotados pero no vencidos.
Y como todos aquellos que se interesan por el fútbol, sabré esperar, con toda la paciencia que pueda disponer y con esa parcialidad de percepción y sentimiento a la cual estamos condenados, el desquite.
Con una tierna sonrisa de padre (o mejor de abuelo) me resignaba a lo que me había reducido mi relación con el fútbol, casi a olvidarme de mí mismo.
Pero, al fin y al cabo, como sostenía Machado, al fundir el corazón/con el alma popular/lo que se pierde de hombre/se gana de eternidad.

7 de junio de 2006

En familia








“...malo/ malo/ malo eres/ no se daña a quien se quiere” Malo, Bebe




Apuntes a partir de la lectura del libro Violencia en la familia... de eso no se habla de Mabel Anido, editado por Lumen.





Hace poco un señor ya canoso y cincuentón me comentaba que su mujer decidió separarse después de treinta años de matrimonio, algunos hijos y nietos.
Lo curioso es que culpaba de todo a Menem: “le dio demasiadas alas a las mujeres”, dijo, “antes no se hubieran atrevido a insubordinarse, ahora ni un grito se bancan”.
Quizá lo que el hombre había percibido se debió a que en esa época, producto de un acelerado cambio en la consideración a la mujer, se dictaron e implementaron leyes que les permitieron defenderse de la violencia a la que estaban acostumbradas a resignarse. Y también a que los casos de violencia doméstica comenzaron a hacerse públicos a través de los medios de comunicación.
Por ejemplo, en el conocido y reconocido drama de televisión “Mujeres asesinas”, en cuya cortina se escucha el reproche de una mujer por castigos infligidos, lo más trágico es que todos los relatos son tomados de la vida real; hechos que en su momento fueron públicamente conocidos.
En todo caso, lo cierto y saludable es que salió a la luz algo de lo que hasta hace poco “no se hablaba”: que familia y violencia viven juntas desde siempre.
Por eso, el mayor mérito de Violencia en la familia... es tratar, y con acierto, el espinoso tema de la violencia doméstica.
La autora, psicoanalista y especialista en violencia familiar, se propone con el libro saldar una deuda pendiente, aunque sabe (lo dice desde el prólogo), que no la terminará de pagar mientras exista violencia en una familia.
El texto intenta demostrar que “la violencia en la familia no es algo natural”, que es un “problema complejo, pero tiene soluciones”.
No propone una mirada moral sobre el problema. Se aleja del juicio simplista de “víctimas y victimarios”, “sin que eso signifique justificar el abuso o el maltrato”.
Si bien aborda el problema desde el psicoanálisis, no lo reduce a los límites de un campo en particular. Lo concibe como proyección física de un problema mental, cultural y social.
Además, lo que vuelve interesante al libro es la serie de entrevistas a pacientes en consulta, casos paradigmáticos de noviazgos violentos, mujeres, niños y ancianos maltratados y abusados.
Aunque se cuida de no caer en la trampa de los golpes bajos, como la descripción obscena y detallada de los relatos de violencia.
Sobre todo pone énfasis en el método de interpretación, que consiste en extraer, a la luz de los materiales aportados por el sujeto, el “contenido oculto” del “contenido manifiesto”. Estudiar lo que ocurre en el ser humano, mediador activo y pasivo entre la estructura económica y social y la falsa conciencia, para incorporar ese conocimiento a la comprensión total del fenómeno.
Aunque la violencia no se explique totalmente por sí misma sino por una estructura más profunda, sin embargo, el tratamiento psicológico, aún no suficiente, es condición necesaria para superarla.
Y para eso, Anido apuesta a la magia de la palabra: “si escuchamos y le brindamos palabras para nombrar su dolor...esa persona podrá salir adelante por sus propios medios”.
El libro tiene, además, un valor incuestionable que lo ubicará en el manoseado rubro de libros de autoayuda: la lectura puede servir como el espejo a través del cual se reflejen los protagonistas de la violencia y de ese modo encontrar la lucidez que les permita pedir auxilio, requisito ineludible para encontrar el principio de la solución.
Aunque me gustaría citar todo el libro, más vale remitir al lector a él y darme por satisfecho si logro servir a ese objetivo.


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25 de mayo de 2006

El "Cordobazo"




El 29 de mayo de 1969 se produce en la ciudad de Córdoba un acontecimiento no muchas veces visto en la escena política argentina en el siglo XX: la irrupción violenta en las calles de las grandes mayorías populares.
No era ésta la primera vez que ocurría, ni será la última.
En todo caso es bueno recordar lo que muchos olvidan deliberadamente. Este acontecimiento será la culminación de un vergonzoso proceso que se inicia en el mismo lugar, en el ‘55, cuando estalla la conspiración armada cívico-militar contra el primer gobierno de Perón.
El golpe de estado del ‘66 que derroca al gobierno surgido de la proscripción del peronismo (como lo era el de Illía), dará lugar a una dictadura militar llamada “revolución argentina”. Pero en realidad era la continuación dialéctica de la primera, de la “libertadora”.
Cambiaba el envase pero el contenido seguía siendo el mismo: un sentimiento y una certeza (el odio al peronismo y la imposibilidad de democracia política mientras el peronismo sea el seguro ganador de los comicios).
El general Onganía recibe la suma del poder público con veleidades de autócrata y presunciones de infalibilidad. El último cristiano puro que nos quedaba pretendía llevarnos a un idílico lugar donde el orden y las jerarquías serían restablecidas y a un largo ayuno político que nos serviría para purificarnos de las ideas contaminadas de la Revolución Francesa.
Con un “desensillar hasta que aclare” el pueblo se repliega en un principio hacia el silencio.
Después de todo, estos militares, herederos de la pasión gorila, igualaban a los peronistas con el resto: a todos los partidos les expropian sus sedes y a los estudiantes les intervienen las universidades.
Finalmente todos los sectores tenían las manos atadas a la espalda, excepto los grandes intereses económicos nacionales y extranjeros que hasta ubicaron a uno de los suyos en el Ministerio de Economía.
La violencia tardaría todavía en desatarse, aunque ya se empezaba a oler a pólvora y a sangre.
Los estudiantes y los obreros comenzaron con reclamos que rápidamente se generalizaron, recibiendo por única respuesta: represión.
Mientras tanto, en la ciudad de Córdoba los obreros preparan un plan de lucha por mejoras salariales. Declaran un paro activo (huelga y marcha) para el 29 de mayo.
A la mañana de ese día se disponen a manifestar pacíficamente hacia el centro de la ciudad.
Al frente de las columnas marchan los dirigentes sindicales que lanzaron la huelga de protesta sin el apoyo de la “ultraizquierda”(trágicamente famosos algunos de ellos luego), por valorarlos “burócratas”.
Se le unen en el camino los estudiantes universitarios. Esta será la originalidad (por primera vez obreros y estudiantes marchan juntos por los mismos objetivos).
La marea humana avanza decidida. La policía intenta detenerlos sin demasiada convicción.
Solidaridad en la lucha de todo un pueblo. Comerciantes, profesionales, amas de casa, se unen espontáneamente. Esconden a los estudiantes en sus casas para eludir a la policía; les dan material combustible para las barricadas y los incendios, que evitan las cargas policiales y los efectos de los gases lacrimógenos.
La ciudad en su totalidad se encuentra en manos de los manifestantes. A la autocracia elitista les responden con la consigna “... y luche/ luche/ luche/ no deje de luchar/ por un gobierno obrero/ obrero y popular”
Sobrepasada la policía, sobrepasada la gendarmería y cuando ya hay francotiradores por toda la ciudad, comenzará el repliegue de las masas y a continuación la entrada en puntas de pie del ejército a la ciudad.
El autócrata, que ya estaba ciego, se sorprende de que el pueblo de Córdoba se haya sublevado. El que amenazaba con una dictadura sin plazos y sí con objetivos a cumplir. El que prometía poner orden en el caos y terminar con el peligro comunista, termina perdiendo ya no sólo el favor del pueblo, que nunca tuvo, sino también el de los que lo habían ungido.
¿Qué había sucedido? ¿Porqué esa violencia colectiva? ¿Quién la concibió? ¿Quién la dirigió?.
En una visión individualista y conspirativa de la historia, los dueños del poder van a ver en el reclamo estudiantil, con la posterior muerte de Cabral en Corrientes, el inicio de un plan subversivo. En el armado de barricadas verán tácticas de guerrilla urbana. En los enemigos agazapados, a los subversivos que todo lo planificaron. Un ensayo general de lo que luego sería la guerra subversiva. Si hasta sus enemigos en el ejército habían dejado hacer para perjudicar al gobierno.
En esa visión parcializada de la vida hay una subestimación de lo colectivo como generador de historia (si hasta le niegan a los pueblos la posibilidad de una conciencia colectiva).
Sin embargo en un ejercicio de memoria histórica libre de las pasiones de la época y de los intereses específicos, debemos decir que el “cordobazo” fue una manifestación espontánea de protesta frente al autoritarismo implacable.
No hubo dirección, ni organización, ni plan alguno, fue simplemente un pueblo que “hizo tronar el escarmiento”.

14 de mayo de 2006

Papeleras: paralaje




Aunque demasiada tinta ha corrido sobre el tema (lo puede comprobar buscando “Papeleras” en el Google), permítame cometer la impertinencia de darle otra pasada.
Es que pocas situaciones dieron tan ambiguo alimento a las interpretaciones, más aún a las tergiversaciones más tenaces, injustas y disparatadas, como ésta.
Además, como diría Mark Twain, no sé si este conflicto está siendo manejado por personas inteligentes que nos están jodiendo o por imbéciles que hablan en serio.
La incertidumbre no puede deberse a la ignorancia de datos, sino más bien a lo contrario.
Las noticias son tan abrumadoras que nos distraen. Mejor le diría: nos despistan.
Porque salta a la vista que todo es un error de óptica, una paralaje. La paralaje, término derivado de paralelo y eje, se refiere a las aparentes diferencias que tiene un objeto de acuerdo con el punto de vista elegido.
Se trataría entonces de desaprender datos y en cambio desentrañar las opiniones.

Pasando revista
Pasando revista a las variadas interpretaciones, sorprende enterarse, por ejemplo, que detrás de los cien mil manifestantes de Gualeguaychú, sin consignas partidarias y con banderas e himnos de Argentina y Uruguay y con el único propósito de reclamar aire puro y agua pura se encuentre un nacionalismo parroquial y el “divide et impera” de la perfidia imperialista.
Como causa impresión descubrir que las inversiones extranjeras del estilo Botnia-Ence son el requisito indispensable para escapar al atraso semicolonial.
Igualmente cuesta coincidir con los que se atreven a exhumar cadáveres, como el del Supremo Entrerriano o Artigas, con miras a encontrar una respuesta original y que sólo puede servir como tesis para una licenciatura en historia pero nada aporta políticamente (Quizá haya que resucitar algún muerto pero no en esta ocasión).
Pero sobre todo es complicado convenir con la incomprensión (o superficialidad) de los que no entienden otras contradicciones más que la de poseedores/desposeídos, o con los que sólo reconocen ideologías pero no intereses.
También es difícil aceptar como sinceras las opiniones en defensa del medio ambiente de intendentes y gobernadores reunidos por el presidente en Gualeguaychú con motivo de la presentación en La Haya (las realidades de sus feudos sobre el tema no ayudan a despejar dudas). ¿No se tratará, más bien, de una solución de simulación para salvar el pellejo, ya que “Kirchner se durmió, como dice un turco amigo, y por eso intenta huir hacia adelante, ganar tiempo y no quedar solo en el fracaso”?.
Tampoco es de fácil asimilación ver al compañero Tabaré cumpliéndole el sueño a sus predecesores y sumándole el anhelo de convertir al Uruguay en Estado Libre Asociado, con el riesgo cierto de romper el Mercosur y su propio frente.

La salida
Me parece que ya es hora de dejar de preguntarse con Borges:“¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?”, para meterse con brevedad en la búsqueda de las salidas.
El embrollo se resuelve de cara al futuro, con imaginación y agudeza de ingenio, comprendiendo la diferencia entre lo circunstancial y lo estratégico. Sin pretensiones de rendición incondicional y por supuesto, abandonando el jactancioso juego de ver quién la tiene más grande.
Además, no se me ocurre mejor solución para corregir los errores de paralaje que salir del limbo de los difuntos y del lugar intermedio entre dos urnas, para colocarse en la perspectiva latinoamericana.
Ahora bien, ocurra lo que ocurra, es claro que no es litigar en tribunales internacionales la mejor solución, sino, como sostenía en un reciente comunicado la “diabolizada” Greenpeace, “reiniciar en forma urgente las negociaciones entre ambos países” y aprovechar el conflicto para, por ejemplo, “adoptar un plan regional de producción limpia que regule a la industria del papel”.
Hasta acá mis opiniones pretendieron connotar y aclarar (sin presunción de conseguirlo), ahora es el turno de esperar que en el desenlace, hoy como ayer, el destino común gravite sobre el espectáculo de los arrebatos y las declaraciones extemporáneas.

19 de marzo de 2006

24 de marzo: Memoria del mal



Un diálogo con el pasado siempre es útil. Recordar, no olvidar, utilizando los conocimientos de la historia, es provechoso para pensar sobre el presente y como reflexión moral y política.
Seguramente el 24 de marzo se recordará el sacrificio de miles de argentinos a manos de la dictadura militar. El consiguiente repudio moral a las violentas desapariciones. Y la unánime condena al Proceso.
Aunque sospecho que esa reivindicación de la memoria quizá no alcance a toda la época y ni siquiera a todos los protagonistas.
Porque, por ejemplo, reducir la memoria al terrorismo de estado sería de una simplificación tendenciosa que sólo puede servir para repetir la tragedia.
De la misma manera que no podría entenderse el nazismo sólo por los campos de exterminio, tampoco podría entenderse la dictadura militar sólo por los desaparecidos.
¿Quién puede no condenar el horror moral de las desapariciones? ¿Quién puede defender al totalitarismo como intento por someter al individuo y al grupo y de imponer valores únicos a toda la sociedad, proyecto que hoy sabemos que es imposible y trágico?.
Pero de lo que se trata es de no ahorrar verdades. O sea: decirlas.

La antesala
La descripción del espíritu prevaleciente en la época del golpe, con sus violentas manifestaciones, el culto a la sangre, ha sido hecha muchas veces y no es necesario repetirla.
Sin embargo, importa, y mucho, las acciones e inacciones que ayudaron a construir los sólidos cimientos de aquel innecesario 24 de marzo.
Sería saludable repasar los acontecimientos anteriores.
Por ejemplo, desde el ´73 en adelante. Desde el regreso de Perón. Circunstancia que coincidía, como bien lo apuntaba Abelardo Ramos, con un florecimiento de las ilusiones más exageradas de un sector de la juventud de la clase media, que pretendió ver en el anciano caudillo “virtudes” que no poseía y que desilusionados, luego, pasarían muchos de ellos a la oposición, mientras una minoría a engrosar los grupos terroristas.
Esos grupos terroristas (algunos de distinto signo ideológico y un común odio al peronismo y otros prohijados desde el gobierno) que con sus criminales provocaciones y su contribución al caos le otorgaron el pretexto ideal a los militares sediciosos para hacerse del poder.
También vale poner al descubierto a todos los medios de comunicación y a los poderosos bandidos del “mercado”, que jaqueaban al gobierno. A la izquierda y la ultraizquierda gorila, que contribuyeron a echar más leña al fuego con la idea de “cuanto peor, mejor”. Y el lavado de manos de Balbín, jefe de la oposición, frente al inminente pronunciamiento militar.
Muchos de ellos, luego, terminaron ocupando variados cargos públicos, como radicales y socialistas, o apoyando, como el PC a las “palomas” Videla/Viola, contra los “halcones”, en el momento más álgido de los negocios con la Rusia comunista.
También merecería destacarse, por supuesto, los errores del propio gobierno y la cobardía de la dirigencia peronista, política y sindical, que no hicieron lo suficiente para sostenerlo.

El cesarismo
Caído finalmente el débil gobierno peronista, popular y democrático, entra en escena el más retrógrado cesarismo conocido.
Se interviene la CGT y la CGE, aunque no la Sociedad Rural. Los partidos políticos son proscriptos. La economía pasa a manos “privadas” mientras el crimen pasa a ser una cuestión de estado.
A la cúpula militar solamente los unía el deseo de contestar eficazmente las provocaciones terroristas. Y para eso echaron mano a los manuales de contrainsurgencia facturados por los franceses.
Rogelio García Lupo se preguntaba sobre el por qué nadie alertó a tiempo a los jerarcas militares sobre los riesgos que asumían al reproducir simiescamente en el país los métodos de contrainsurgencia empleados por los franceses en sus aventuras coloniales, desconociendo que acá no se trataba de una guerra colonial sino, a lo sumo, de una “subversión” armada. Y que además esos métodos ni siquiera les dieron resultado a sus mismos creadores.
La batalla militar, que el Gral. Harguindeguy se jactaba de haber ganado, fue llevada a cabo de un modo tan furtivo que la mayoría de los argentinos todavía no sabemos ni la exacta cantidad de víctimas ni si eran inocentes o culpables, ya que no tuvieron ni un justo juicio ni una condena digna. También reconocía el émulo de Lavalle, aunque no de San Martín, que habían perdido la batalla política.
Es decir: habían “ganado” una batalla, pero perdieron la guerra. La Argentina la perdió.

Ahora
Además de una suma de errores, el 24 de marzo del ’76 es una serie de faltas, o más grave aún, de pecados.
Y como todas las tragedias se alimentan de negaciones, simplificaciones y de mucho dogmatismo, encomendémonos a la Memoria para que se desvanezcan las crueles utopías que ensangrentaron al país, fumiguémoslas con la crítica, como decía un poeta, para no ser condenados a contar la misma historia.

23 de febrero de 2006

Papeleras: papelear






Está instalado en los titulares de los diarios y noticieros. Tanto la instalación de las papeleras como la resistencia han provocado amplias polémicas en contra y a favor.
Quizá porque con los años me volví más cauteloso con los juicios, sobre todo con los políticos, y ya no puedo “amar sin presentir”, mucho de todo esto me resultaba sumamente falso o inconsistente.
Hice un esfuerzo por liberarme de este estado, refugiándome en el mundo espiritual de los antiguos.
Recibí por único consejo: Lo mejor que puede hacer es alejarse de la noticia y acercarse al acontecimiento, porque la noticia suele diluirse en propaganda mientras el acontecimiento se convierte en historia. Y para no ser devorado por la historia debe proponerse descifrar esa realidad enigmática.

Las preguntitas
Para encontrar respuestas y salir del dilema me pregunté:
¿Qué es verdad? ¿Qué es mentira?, como solía hacerlo el ciudadano Harold Pinter, aún sabiendo que una cosa no es necesariamente cierta o falsa y puede ser al mismo tiempo verdad y mentira; que no hay grandes diferencias entre lo verdadero y lo falso, ni entre realidad y ficción.
¿Por qué se genera el conflicto? ¿Por la acción subversiva de los “ambientalistas”?
¿O mejor por la impericia del poder político que terminó dejando a los habitantes de Gualeguaychú en un callejón sin salida y con sólo la posibilidad de agravar la lucha?
En ese caso ¿No le cabe la responsabilidad al presidente que pensaba que todos los argentinos eran una manga de ladrones (“del primero hasta el último”) que autorizó la construcción de las papeleras obviando el Tratado del Rio de la Plata. Y al presidente del otro lado del charco que no tomó nota a tiempo quizá porque estaba ocupado en superar su debilidad de origen y el tema no figuraba aún en su agenda electoral ?.

Contaminación
Como según tengo entendido la mayoría de los conflictos se producen por causas semánticas, intenté definir los términos de la disputa.
¿Es verdad que contaminan las papeleras? Sin duda, como dicen los que se oponen a las plantas, por el uso del cloro, por el monocultivo, por los olores, etc. Además lo harán a una escala desconocida en la región y los efectos serán acumulativos.
¿Supersticiones ecologistas? No seamos sectarios. Defensa, mejor, de un espacio común y cuya razón de ser es la escrupulosa ausencia de profanaciones a la naturaleza (capaz de satisfacer, según Gandhi, las necesidades de los hombres aunque no su avaricia).
Pero si en definitiva “toda acción humana es contaminante” ¿Por qué, entonces, ese empeño en ponerle una coartada ecológica al deseo de salir de pobre de los orientales?
Aunque el criterio únicamente cuantitativo es insuficiente y aún no siendo los datos y los números por sí solos una respuesta, sin embargo contribuyen a delimitarla y a precisarla. Por ejemplo: ¿no debería compararse los beneficios económicos brindados por la obra determinada con el costo del deterioro ambiental y humano?.
Sabemos que no es fácil luchar contra el mercado o negar su función o sus beneficios, sin embargo, el mercado sabe de precios no de valores.

Bronca
Una bronca inexplicable, que a duras penas pude ocultar, me invadió cuando escuché pronunciar frases, propias de adictos a teorías conspirativas, como: “todo fue impulsado por parroquiales intereses electorales de un gobernador despechado”, “fomentado por los designios británicos de una ONG”, “es sospechoso el interés por la contaminación de las papeleras aunque nada dicen de la contaminación de las petroleras y mineras de Santa Cruz”.
Y me sonó extraño, sobre todo en boca de enemigos acérrimos del mercado y del capital extranjero, defender, con la excusa de trescientos puesto de trabajo, el respeto a los contratos firmados o la unidad latinoamericana, una de las inversiones más nocivas para el país que las recibe.

Esperanza
Es posible que la suerte esté echada para los entrerrianos, ya que es difícil ponerle límites a la “modernidad” o a la “globalización”. En ese caso le estaríamos dando la razón a Ortega cuando decía que nos “había tocado nacer en países pobres de imaginación y ahogados por el exceso de virtudes pusilánimes”.
Sin embargo, aún así, se podría hacer de todo esto lecturas optimistas.
Es que, aunque no nos guste oír hablar de contaminación, de degradación del medio ambiente, de subdesarrollo humano, no por eso van a desaparecer del planeta.
Tal vez si hablamos, como en este caso, contribuyamos a que desaparezcan.

18 de enero de 2006

La respuesta de Plutarco


Mi estimado vergonzante vegetariano, al que suelen poner en aprietos cada vez que le preguntan si de verdad no come nunca carne.
¿Nunca, pero nunca jamás? ¿Nunca un asadito? ¿Nunca un choripán? ¿Nunca una milanesa con papas fritas? ¿Pero pescado sí? ¿Y un pollito al espiedo?.
Y Ud., un convencido sin retorno, que se pasó más de una década sin probar ni siquiera un pequeño resto de cadáver, ni aún simulado de la mejor manera para disimular su esencia, tiene que bancarse el relamerse, la incomprensión y hasta la lástima, del que lo cuestiona y lo obliga a explicar el por qué.
¿Que no se cansa de explicar, con demostraciones científicas, que es bueno y saludable dejar el hábito carnívoro? ¿Que se la pasa demoliendo mitos, como el de las carencias, por ejemplo de B12 o proteínas?
¿Y que aún así nadie lo toma en serio?.
Si yo lo tomo en serio. Si le sobran razones de todo tipo para enjuiciar una necesidad primitiva convertida en virtud, como el hábito carnívoro.
Quizá hacer girar las conversaciones sobre la comida no sea la mejor manera de hacerse entender. Busque otro camino que no sea el de la dieta. Pruebe, por ejemplo, con herramientas privativas de los humanos, como la literatura y la filosofía.
Elizabeth Costello
En los escritos, pero sobre todo en las conferencias, de la reconocida escritora australiana, a la que no le gusta, como a Ud., ver carne en la mesa, puede encontrar argumentos para su defensa.
Ella acostumbra responder a la pregunta de rigor ¿Qué la llevó a hacerse vegetariana? con la frase de Plutarco: “Me pregunta usted por qué me niego a comer carne. A mí me asombra que usted se pueda poner en la boca el cadáver de un animal muerto, me asombra que no le dé asco masticar carne cortada y tragarse el jugo de heridas mortales”.
¿Que mucha gente piensa que sus opiniones son “bobas y estúpidas” porque habitualmente habla sobre los animales, los derechos de los animales y la relaciones éticas con los animales?. No deje de recordar que también era de bobos y estúpidos descubrir que la piel negra no era razón por la que un ser humano debía servir a un amo como esclavo.
¿Que también se la acusa de fundamentalista porque compara los campos de concentración del Tercer Reich con los laboratorios y los frigoríficos (“los nazis, dice, aprendieron de los mataderos de Chicago”) y señala el silencio y la “ceguera” de los vecinos de los campos y de los mataderos como manera de salvar las culpas por el oprobio?.
Es que “la Costello”, poseedora igual que Ud. de una “delicada sensibilidad”, cree que sólo por utilitarismo o cobardía se puede obviar el horror que son sus vidas y sus muertes y por eso esos horrores omitidos estarán siempre en el centro de sus disertaciones.
Tiene el mérito, además, sin pretender convencer y con el lenguaje de Aristóteles y Tomás de Aquino, Kant y Descartes y Kafka y Coetzee, de inocular incertidumbre en un mundo algo olvidado de valores.

La otredad y la compasión
¿Tienen alma los animales o son autómatas biológicos? ¿Son seres sufrientes como nosotros? ¿Aún no siendo poseedores de la “razón humana”, tienen derechos que debamos respetar, o peor aún, nos da derechos para traerlos a la vida, para torturarlos, masacrarlos y comerlos? ¿Es posible ponerse en lugar del otro?
En las respuestas a estos interrogantes es donde Ud. puede cortar el nudo de un solo golpe.
Por ejemplo, tanto Ud. como la escritora saben que ponerse en el lugar del otro es una posibilidad cierta, como que la han alcanzado, aunque no a través de la razón, los poetas y los artistas.
Y saben también que si en el colmo de la imposibilidad se halla el psicópata, en el extremo opuesto se encuentra la compasión.
La compasión no como un mandato que viene desde otro lado, desde afuera, sino como fuerza inmanente, para interpretar y compartir el dolor ajeno.
Por eso, si cae víctima de la extorsión de los intelectuales racionalistas, modere las respuestas y recuerde las palabras de Wilde luego de conocer la cárcel: “¡Oh, dear, la compasión es algo admirable!” “Yo doy gracias a Dios cada noche... Sí, de rodillas, le doy gracias por habérmela hecho conocer.”
Y dígales, sin vergüenza, que Ud. también está encantado de conocerla.
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