Sin embargo, con detenimiento de abuelos ociosos, no se hace necesario hacer un gran esfuerzo para programar un viaje.
Que, como sabemos, vendría a ser algo así como perder el tiempo en algo que resulta agradable. Como tampoco es tan sólo moverse en el espacio sino en predisponer el alma y aprender de nuevo.
Así, Mar del Plata asomaba como una ciudad formidable, con todo lo necesario para pasarla bien. Sobre todo por esa energía que siempre sorprende y que habíamos disfrutado tanto tantas veces.
Téngase en cuenta que ella desconocía los secretos guardados que la gran ciudad marítima posee para deleitarse.
Y que se trataba de un corto viaje.
Ahora, seguramente, habrá que dedicarse a hacer la diferencia aprovechando al máximo el poco tiempo disponible.
La cuestión que la irrupción de la abrumadora claridad de la primavera estimulaba, entonces, como correspondía, a valorar y disfrutar los tiempos.
Con tanto sol, ideal era, en principio, pasar factura al mar. Alcanzaba, también, para reconocer, plácidamente acomodados en la arena, las amplias y cálidas playas.
Despojados de estrés, ya no ofrecía el menor reparo proyectarse en la aventura de conocer el puerto. Nunca podía faltar la postal de los barquitos pescadores y los lobos marinos.
Como balance contable, es decir, para ser contado, quedan infinidad de lugares, experiencias y otras cosas interesantes.